La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La intimidad perdida de Sevilla
Ahora voy a menudo a dar clases al edificio de la Fábrica de Tabacos de la calle San Fernando que desde los años cincuenta del pasado siglo es sede de la Universidad de Sevilla, acondicionado por los arquitectos sevillanos Balbontín de Orta, Delgado Roig y Toro Buiza. Aún recuerdo con respeto enorme mi primera visita a sus aulas para el examen de preuniversitario y posteriormente las clases en las grandes aulas en anfiteatro donde oficiaban ilustres catedráticos como Antonio Castro en Cálculo y Álgebra, Manuel Pérez en Física, González García en Química, etcétera. Y la biblioteca del Laboratorio de Arte, donde se podían consultar estupendos manuales de arte. Desde entonces hasta ahora la acertada reforma de los arquitectos mencionados proporcionó un lugar a generaciones de universitarios sevillanos, con magníficas aulas, escaleras y galerías de mármol, con grandes figuras de escayola en hornacinas, como el San Jorge de Donatello que aún preside una de ellas, y que mantenía la escala y los espacios que proporcionaban la solemnidad necesaria y buenas instalaciones, para poder tener conciencia del privilegio que significaba aprender entre aquellas paredes. Y a la salida de las clases poder atravesar los antiguos patios dieciochescos y pasear por el exterior, entre el edificio y el antiguo foso.
En los años que llevo impartiendo una asignatura en el Máster de Artes del Espectáculo Vivo he comprobado cómo muchas aulas se han modernizado y los medios informáticos y el acceso a internet se ha generalizado como herramientas de trabajo, sin perder la impronta de la reforma de los cincuenta. La nueva ordenación académica permite que el alumnado del máster provenga de diversos grados y licenciaturas: música, danza, bellas artes, arquitectura, filología, arte dramático y a su vez procedan de varios países europeos y americanos junto con los españoles. Espero que el edificio transmita a todos ellos lo que yo recuerdo: un lugar para el conocimiento y para la convivencia en unos años extraordinarios. Una experiencia inolvidable.
Una de las tardes del mes pasado al cruzar el patio del reloj, unos visitantes españoles me preguntaron: este edificio ¿qué es? Yo contesté: "Es la Universidad de Sevilla, aunque originalmente fue Fábrica de Tabacos". "Sí, eso lo sabemos", dijeron, "la de Carmen, pero ¿hace falta un edificio tan grande para universidad?". La perplejidad que me produjo la pregunta aún me dura y quizás sea el motivo de escribir estas líneas. Solamente pude responder que era uno de los muchos edificios universitarios que hay en Sevilla, aunque éste es especial. ¿Cómo les podía convencer de que uno de cada siete sevillanos tiene que ver con la actividad universitaria? Y eso sin contar las universidades privadas que están entre nosotros e irán a más. Los que aquí estudiamos y los que aún siguen, alumnos y profesores, nos alegramos de que la continuidad de las instituciones se identifique con sus edificios, un aspecto que tanto admiramos en otros países.
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