¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Esplendor del Palacio Real
El Miguelito de la calle Poco Trigo –donde también vivía mi abuela Julia–, en el Cercado Bajo de Cartuja; el dependiente de Olmedo, que llamaba a mi madre “la señorita seria”; el joven que llegó a Madrid una mañana de otoño, aferrado a su maleta, y se sintió pequeño e indefenso en la estación de Atocha; el Mike Ríos de cuando bailar el twist era cosa de endemoniados y follar no era un pecado, sino un milagro; el muchachito enamorado de Rocío Dúrcal; el artista deprimido que quiso regresar a su tierra porque el triunfo no acababa de llegar –años después, convertido ya en una estrella, cedió los derechos de Vuelvo a Granada al ayuntamiento de la ciudad–; el Miguel madrileño de los Apartamentos Fleming, a dos pasos del Bernabéu; el madridista que jugó en la misma peña que Di Stefano; el hippy al que fotografió César Lucas delante de la Puerta de Brandenburgo; el actor que rodó con Pili y Mili; el tipo que se chupó un mes en Carabanchel por fumarse unos porros; el hijo de familia humilde que compró a su madre un pisito en la playa con el primer cheque que recibió por el Himno a la Alegría; el padre de Lúa; el músico que actuó en Mojácar, en el 76, bajo la primera bandera andaluza que ondeó en el pueblo; el que hizo cumbre con el Rock & Ríos en el 82; el coautor del ¡Bien-ve-ni-dos!, que ahora recibe a las aficiones en Los Cármenes; el votante socialista que estuvo en el balcón con Felipe y Alfonso el día que el PSOE ganó por primera vez las elecciones; el empresario que siempre arriesgó su dinero y apostó por los nuevos valores; el jefe responsable, que se negó a tocar en Asturias, después de una tormenta, por temor a que sus músicos murieran electrocutados –“Un chulo llamado Miguel Ríos pasó por Oviedo”, tituló La Nueva España–; el crooner que se hizo acompañar por una big band; el amigo de Juanito, Víctor y Ana; er tito Migué para sus sobrinos granaínos, a los que atiborraba de helados cuando volvía de gira; el profesional que hace estiramientos y ejercicios vocales antes de salir a cantar; el matador que se ha retirado más veces que Antoñete; el ciudadano solidario de la Fundación; el rockero que, como quería su madre, no ha envejecido en el escenario, porque tiene un pacto con el diablo. El eterno Miguel Ríos.
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