¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Capitanía y los “contenedores culturales”
La tribuna
EL ser humano es capaz de tomar decisiones equivocadas, hacer cosas que no debe y hasta dejarse llevar por lo que dicen otros. A cambio desarrolla la capacidad para inventar un relato en el que tales comportamientos salgan bien parados. Siempre se siente la imperiosa necesidad de encontrar un argumento que nos salve, que le dé un aura digna a lo que acabamos de hacer. Incluso cuando sabemos que lo más probable es que no nos crean.
No, por Dios. La justificación ha de tener una razón más aceptada y tolerable. La razón de tal postura se apoya en argumentos biológicos y se envuelve en supuestas afinidades y diferencias de personalidad. Si un niño y una niña son muy diferentes entre sí y, además, tienen diversos ritmos de maduración, lo más sensato es que se eduquen por separado con el fin de que la mixtura no suponga el perjuicio de un sexo por el otro. Esto es lo que vienen a decir los que defienden tal separación.
¿Se llegan a creer lo que afirman? Ninguno de estos argumentos tiene el más mínimo peso. Por término medio es verdad que las niñas alcanzan antes la pubertad que los niños, aunque no en todos los casos ni en todas partes. Pero lo que no se sabe es de dónde sacan que los procesos de madurez biológica conllevan automáticamente unos procesos de transformación cognitiva y psicológica. Algo así como si la madurez cerebral y del sistema nervioso fuese parecida a la que alcanzan las chirimoyas. El desarrollo del carácter y de la personalidad está muy influido por la educación, las experiencias, las oportunidades que ofrece el medio, la historia que se ha vivido. No hay pruebas ni hechos que confirmen las tesis de los segregacionistas.
¿Cómo que no? ¿Y el fracaso escolar?, contestará alguno airado. Es un hecho que las niñas sacan mejores notas que los niños y se gradúan antes. Pero todos los estudios que se han hecho apuntan más a un fenómeno cultural que biológico. La forma de comportarse de la niñas, derivada del tipo de educación familiar y social que reciben, parece que encaja más en el prototipo del buen escolar, y ello explicaría el plus de calificaciones que obtienen.
En las pruebas internacionales de evaluación hay un dato que se repite una y otra vez: las chicas quedan por delante de los chicos en Lengua, y por detrás en Matemáticas, aunque por muy escasa diferencia. Lo que no se dice a continuación es que las chicas que han quedado por detrás en las pruebas a final de curso obtienen mejores notas que sus compañeros, en Lengua y en Matemáticas. Otro dato claro es el que nos muestran los test tipificados de inteligencia. No existen versiones diferentes, para chicos y chicas de la misma edad, porque los científicos que construyen estos instrumentos están hartos de comprobar que ser de un sexo o del otro no otorga ninguna ventaja.
Las calificaciones escolares son también muy curiosas. Las diferencias se dan siempre a favor de las niñas, pero con intensidad diferente según el tipo de hábitat. Ambientes culturalmente más cerrados (como, por ejemplo, pueblos pequeños) aumentan las diferencias a favor de las niñas. En la ESO pueden llegar hasta los veinte puntos porcentuales. Sin embargo, conforme el municipio se hace mayor y se mueve dentro de un clima cultural más abierto, las diferencias se reducen notablemente (pueden llegar hasta catorce puntos menos). Una última cosa: las malas prácticas escolares, el mal profesor, produce más diferencias; la buena práctica y el buen docente las acortan.
La razón para que no se dé separación debe ser más de sentido de la educación, de la necesidad de que el alumno se mueva en ambientes interactivamente muy ricos. Una buena parte del aprendizaje escolar, tanto de conocimientos como de hábitos sociales y de respuestas emocionales, se produce espontáneamente como consecuencia de las interacciones que se dan entre los niños. La existencia de diferencias entre ellos favorece la intensidad y la calidad de los aprendizajes. La gran virtualidad de la escuela es que somete a sujetos muy maleables, durante mucho tiempo, a los mismos estímulos, a los mismos valores, a las mismas experiencias. Aprenden por sí mismos, pero también de lo que ven hacer y de observar cómo reaccionan los demás.
Retirar de ese magma escolar a los niños o a las niñas es empobrecerlos mutuamente, es quitarles estímulos y fuentes de aprendizaje. Esperemos que a la moda de los recortes cuantitativos no se le una la de los recortes cualitativos.
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