La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La sanidad funciona bien muchas veces en Andalucía
Es como una suerte de toque de queda. De pronto los horarios de la vida cotidiana de este verano se han anticipado, como si se hubiera reinstaurado el parte de Radio Nacional de España. Los amantes del reloj británico están encantados. Hay que cenar antes porque el horario de copas termina antes y, por consiguiente, que diría FG, se acuesta también antes el personal. Qué curioso. Con las discotecas cerradas y los bares con la persiana echada a la una de la madrugada, los horarios son mucho más sanos. Algo bueno tiene que tener esta pandemia. No sólo que seamos más limpios, hayamos renunciado a la porquería del plato común con varios tenedores chupados entrando y saliendo en la ensalada como Pedro por su casa, y que se haya suprimido el antihigiénico apretón de manos y el besuqueo de adolescentes en el tramo final de la misa. ¡Nos levantamos antes porque nos dormimos antes!
La de cosas que se nos están cayendo que creíamos sólidas, solidísimas. Fíjense cómo ha celebrado el Sevilla su enésimo triunfo europeo: con moderación, de forma comedida, sin estridencias. Que no se puede ir por la ciudad con el autobús, pues no se va. Que no se puede ir a ofrecer la copa a la Patrona custodiada por los capellanes reales, pues no se va. Que no habrá nadie en el aeropuerto para recibir al equipo, pues no que haya nadie. Quizás es lo que nos hacía falta: mesura en casi todos los órdenes de la vida. Se había disparado todo: las celebraciones, los viajes, los créditos, los planes a largo plazo… ¡Esas bodas preparadas desde dos años antes! Nos volvimos locos entrando en el juego del denominado cáterin.
El cierre de los bares a la una de la madrugada es una especie de freno a una sociedad hiperconsumista que estaba acostumbrada a derechos y certezas. Y ahora sólo cabe preparar el día de mañana. El otoño sencillamente no existe. Esta semana se ha demostrado cómo el espectáculo de masas por antonomasia es capaz de reducirse a la mínima expresión sin trauma alguno en sus momentos de mayor júbilo. Se ha comprobado algo tan sencillo como que se puede vivir con menos, se pueden celebrar los triunfos sin tanto ruido ni tanta exposición y se puede dormir más. Sí, hubo un tiempo en que las primeras comuniones se celebraban con un desayuno. No hacía falta tanta parafernalia. Ahora que tanto se celebra la moderación en los dirigentes políticos, quizás el perfil de nuestras propias vidas también podría asumir este valor que nunca falla. El que quiera más parranda que empiece a beber por la tarde. Se trata de recuperar el orden.
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