¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Esplendor del Palacio Real
Quousque tandem
Resulta muy difícil enfrentarse al abismo del papel en blanco cuando han quedado fijadas en la retina las imágenes de dolor y devastación que han dejado las tormentas, sobre todo en Valencia. Amén de los ingentes daños ocasionados en casi media España. No es sólo ver las casas anegadas, las calles y carreteras destrozadas, los vehículos amontonados o los puentes deshaciéndose ante la titánica fuerza de la naturaleza. Es el intenso pesar por las vidas truncadas. Cientos de compatriotas han perdido la vida, muchos más están desaparecidos y se cuentan por millares aquellos a los que levantarse de esa postración les será durísimo. Nos embarga un inconmensurable sentimiento de dolor y una, casi algo culpable, sensación de suerte. ¿Quién no ha pensado que algo así podría habernos ocurrido a cualquiera de nosotros?
Lo triste es comprobar que ante la desolación lo que haya surgido sea el desamparo. El estado ha fallado estrepitosamente en la Comunidad Valenciana. En todos y cada uno de sus niveles. Desde la previsión hasta la reacción ante la tragedia. Un Estado incapaz de dar una respuesta ágil y efectiva a una emergencia como esta no merece aparentar que pertenece al primer mundo. Vemos algunas imágenes de Paiporta y nos parecen las de un lugar lejano y subdesarrollado. Pero si es aterrador comprobar que nos protege un paraguas desvarillado y roto por la lluvia, mucho más deplorable es ver el detestable enfrentamiento público al que asistimos. Nadie ha dejado de aparecer para arrimar el ascua a su sardina. Y lo indignante es que aprovechen el dolor y la desesperación de los ciudadanos para intentar arañar no sé muy bien qué. Este desfile de incompetentes carroñeros sublima en las redes sociales dónde produce pavor comprobar la deshumanización que nace de pontificar desde el sofá. Cada uno miente a gusto para culpar al contrario. Y al final, el ciudadano estallará.
Frente a todo ello, y hastiado ya de tanta mediocridad y ventajismo político, me quedo con la imagen de miles de personas caminando para ayudar en el mismo lugar de la tragedia, los centenares de iniciativas que han surgido en todos los pueblos y ciudades de España que están aliviando la situación y la solidaridad y hermandad de los vecinos. Y, sobre todos los testimonios, con el más hermoso que he escuchado en estos días: el de una señora que rescató y cuidó en su casa el cadáver de una niña para que no se perdiera en la riada.
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