La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La lluvia en Sevilla merece la fundación de una academia seria
Sonaban las señales horarias de Sevilla y junto a ellas las dramáticas de esas persianas arriándose. Las campanadas del reloj del Ayuntamiento decían que ya eran las seis en todos los relojes de la tarde, con lo que el primer toque de queda dictaba la orden macabra de que los comercios se cerrasen y las cajas abdicasen. En todo el centro, de Tetuán a Cuna, de Puerta Jerez a Campana, la desertización empezaba un día más, un día menos, y esa tristeza que se ha instalado en nuestras vidas volvía a hacerse realidad. El ding dang del reloj del Ayuntamiento había vuelto a decirnos que ya estaba bueno lo bueno y que el sonido del bajar de las persianas se acompasara con la señal inequívoca para la clausura componía una banda sonora que llevaremos impresa en el alma así que pasen los años y todo sea pura nostalgia. Qué dolor de Sevilla cuando dan las seis de cada tarde.
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