Y Dios ya también Madre tenía

16 de diciembre 2024 - 03:08

Tercer día de besamanos de quien es la Esperanza única de los mortales porque es la madre humana, física, de Aquel en quien toda esperanza se fundamenta. Carne y sangre de la Esperanza es el Señor de la Sentencia. “Ciertamente hueso y carne mía eres”, como Labán dijo a Jacob, puede decirle la Macarena a su hijo que amorosamente la contempla desde su altar este año en el que tan valientemente avanzada está. La sangre que cae por su rostro es la de su madre, la mansa dulzura de sus ojos es la de su madre, la carne de las manos que el cíngulo ata es la de su madre, el cuerpo que tan lujosas túnicas cubren –porque en Sevilla, y más en la Macarena, el dolor de la Pasión se ve desde la gloria de la resurrección– se formó en el seno de su madre. Todo lo que de verdadero hombre tuvo Cristo, ella se lo dio. “¡Oh Verbo de Dios! Te dignaste, para salvarnos, tomar carne de la santa Madre de Dios”, canta la liturgia bizantina de san Juan Crisóstomo. “Entonces llamó a un arcángel / que san Gabriel se decía, / y enviólo a una doncella que se llamaba María, (…) / y quedó el Verbo encarnado / en el vientre de María. / Y el que tenía sólo Padre, / ya también Madre tenía”, escribió San Juan de la Cruz. “El Hijo de Dios con su encarnación (…) trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de los nuestros…” proclama la Constitución Gaudium et Spes.

De Dios era y es el amor con el que amó y nos ama. Pero eran carne de su madre las manos de hombre con las que trabajó, y bendijo, y curó, y acarició; y era carne de su madre el corazón de hombre que tras la Anunciación empezó a latir en el seno de María en lo que tan conmovedoramente llamó “Primera comunión de la Virgen” el compositor Olivier Messiaen en su Veinte miradas sobre el Niño Jesús, describiéndolo así: “La Virgen está de rodillas, replegada sobre ella misma en la noche. Una aureola luminosa brilla desde sus entrañas. Con los ojos cerrados, adora el fruto escondido en ella: es la primera y más grande de todas las comuniones”.

Carne y sangre de la Virgen de la Esperanza es el Señor de la Sentencia, sí. Y resplandor de su hijo resucitado en el rostro de su madre es la Macarena, única dolorosa gloriosa de Sevilla. Por eso le resultó tan natural al pintor Alfonso Grosso convertirla en Inmaculada.

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