La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La matraca de las felicitaciones despersonalizadas
He esperado a que bajara la marea en esta muy noble, muy leal, muy heroica, invicta y mariana ciudad de Sevilla, para hablar de algo distinto a la Procesión de Clausura de II Congreso Internacional de Hermandades y Piedad Popular, vulgo La Magna. Aunque no podría haber añadido nada, porque hay tantos expertos opinando que ya está todo dicho. Coincidió con la celebración de algo muy importante en esta ciudad a la que habría que añadirle el título de muy concepcionista, la fiesta litúrgica del dogma de fe que proclama la Inmaculada Concepción de la Virgen de María. Desde este 8 de diciembre y hasta el día del Bautismo del Señor, que es el primer domingo tras la Epifanía, vivimos la espiritualidad navideña, llena de simbolismo y tradición (traditio, que significa entrega. Las costumbres que nuestros ancestros nos han entregado).
Cuando era pequeña, mi madre nos montaba a Pedro y a mí un belén lleno de figuritas. Mi hermano, cada noche, los acostaba a todos. Allí dormían las ovejas, los camellos y hasta la Virgen María. Por la mañana los ponía de pie antes de irse al colegio. Los Reyes Magos estaban colocados lejos del portal y cada día los acercábamos un poco, hasta que el 5 de enero ya estaban delante del pesebre. El montaje del Portal de Belén es una tradición que se repite desde que en 1223 San Francisco de Asís puso el primero porque sus fieles no sabían leer y era la forma más efectiva de explicarles el nacimiento de Jesús. Como los villancicos, que fueron creados por los primeros evangelizadores del S.V para dar a conocer la Buena Nueva a los aldeanos (villanus, de ahí la palabra villancico). Cuanto más sencillo es, más directo llega al corazón. A los que somos de pueblo nos han preguntado alguna vez eso de “¿tú de quién eres?” para saber quiénes eran nuestros padres. Dime, Niño, de quién eres, todo vestidito de blanco. Soy de la Virgen María y del Espíritu Santo.
El árbol de navidad también es un símbolo cristiano. Se lo debemos a San Bonifacio, quien en el S. VIII, adoptó la veneración que los celtas sentían por los árboles, que representaban a sus dioses, para predicar la fe cristiana en Germania. Usó el abeto como símbolo del amor perenne de Dios, y lo adornó con manzanas (las tentaciones), con velas (la luz de Cristo) y lo coronó con una estrella (la fe que debe guiar nuestras vidas).
La Navidad es la Sagrada Familia representada en la nuestra, con sus riquezas y pobrezas. Es aguantarnos y disfrutarnos; recordar a los que nos faltan cumpliendo con las costumbres que nos dejaron en herencia; regalar en el día de Reyes con la ilusión de niños; comer langostinos de Sanlúcar hasta que nos salgan por las orejas; la emoción de ir todos juntos a la Misa del Gallo; meternos los unos con los otros con denuedo durante la cena de Nochebuena, pero, al dar las doce, darnos la mano para rezar un Padre Nuestro porque ha nacido el Niño. Mi madre tocando la pandereta.
Jesusito, rey de vida, aquel que nació en Belén, nos bendiga y nos dé su gloria. Amén.
También te puede interesar
Lo último