La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
Viajar es una de las modernas formas de ocio. Permite conocer diferentes países, ciudades y monumentos, gastronomías y gentes. Permite experimentar cosas nuevas, como practicar deportes extremos, ir a lugares remotos o disfrutar de las noches de una macro discoteca ibicenca. O relajarse y descansar unos días de playa, de retiro en la naturaleza de una montaña o en un spa, o las dos cosas a la vez. Tiempo para estar en familia, amigos o con la pareja, (siempre quedará París o el lugar que a cada uno le funcione). O, por el contrario, viajar para conocer a personas nuevas. O para conocerse uno mismo. ¡Qué mejor opción que viajar solo, para disfrutar de todo lo anterior con más intensidad!
Cuando viajamos buscamos lo diferente, pero también queremos sentirnos un poco como en casa. Esta aparente contradicción se debe a que, a pesar de la emoción por lo nuevo, también buscamos cierta familiaridad en los viajes. Alojamientos cómodos, accesos a servicios básicos (higiénicos, sanitarios y por supuesto internet) medios de transporte conocidos y la posibilidad de comunicarnos en nuestro idioma o alguno que manejemos. Todo eso aporta seguridad y facilita la experiencia. En el fondo lo que buscamos la mayoría cuando viajamos es un equilibrio entre lo nuevo y lo familiar. Diferente pero igual. Cultural local, pero conservando comodidades. Gastronomía nueva, nuevos sabores y aderezos, pero también resolver una cena con un refresco de cola o con una pizza a falta de una buena tortilla de patatas. Esa búsqueda del equilibrio entre lo diferente y sentirnos como en casa son dos motivaciones complementarias que impulsan el turismo. Y el sector profesional hotelero más cualificado lo sabe.
Dentro de muchos de nosotros late el síndrome wanderlust (pasión por viajar). El síndrome se asocia a los jóvenes, pero lo cierto es que cualquiera puede padecerlo, ya que se ha generalizado en el siglo XXI. Desde los baúles que diseñó Louis Vuitton a partir de 1837, para satisfacer las necesidades del equipaje de la nueva burguesía, que se llenaban de etiquetas de los grandes expresos o transatlánticos del mundo, hasta los pequeños maletines de ruedas con pegatinas para identificarlos, hay todo un recorrido que ha transformado el viajar y por tanto el turismo, de un privilegio en un fenómeno de masas vinculado a los hábitos de consumo. Hay hasta quien colecciona lugares raros o simplemente las fotos de sitios difíciles para publicarlos en las redes sociales. La tienda de recuerdos de la discoteca Pachá, quizás sea más visitada que la propia pista de baile. La pregunta ya no es ¿qué tal las vacaciones? sino ¿dónde has estado de vacaciones? El falso signo de distinción que otorga haber visitado lugares que nadie más de tu círculo conoce, es un sucedáneo de la pasión por viajar. Ya no se puede asociar al sentimiento (fernweh) que el geógrafo Von Humbolt identificaba como la nostalgia por los lugares que todavía no se han conocido. Eso sí, diferente pero igual, por favor.
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