Estos días de lluvia

La aldaba

El triunfo de la primavera exige los días grises de un otoño que nos lleva con sigilo a la dulzura de Adviento

Los pintores entran antes que los albañiles en la Plaza Nueva

Los rincones que hieren el paisaje de Sevilla

La Torre del Oro en un día de lluvia.
La Torre del Oro en un día de lluvia. / José Ángel García

14 de octubre 2024 - 04:01

Más limpia, más clara, más de campo por el albero empapado, más romana por los adoquines mojados que conducen al Panteón que no es de Agripa pero que da derecho a plegaria ante el Señor, más jubilosa por el gentío sin rumbo como una Venecia sin góndolas pero con río que se lleva el agua de lluvia para devolvérsela a la mar. Más melancólica porque se asoma el noviembre de las esquelas y el cielo cárdeno nos da el primer aviso, que se acerca la hora del luto, el recuerdo, la honra y la liturgia. Que hay que guardar la memoria, que es tiempo de silencio interior, días de recogimiento, con la música de los tañidos pausados, que la primavera morena queda lejos y estos días son para recordar. Estos días de lluvia y bochorno, de cuentas del rosario y obradores que preparan el dulce Adviento, de otoño que todavía no escupe las hojas de los álamos blancos, de la Catedral que amanece abrillantada como un bronce recién pasado por la bayeta, de las notas del órgano que estremecen el corazón, del oloroso que derrama su caricia en el catavino y perfuma una reunión de cabales. Estos días serenos cuando todo se prepara, pero no se anuncia; cuando todos sabemos hacia dónde vamos, pero no se proclama; cuando dejamos que la ilusión ponga los cimientos de la arquitectura que habrá de ser levantada, otra vez, para ganarnos el derecho a la esperanza. Estos días sin incienso, pero con recuerdos; sin cielos radiantes, pero con la certeza en todos los que habrán de venir; de cristales goteados, de mirada tras el visillo, del hogar convertido en refugio, de la taberna en acudidero, de la lectura en los minutos del gozo.

Estos días donde se asienta la verdadera felicidad, que siempre llega con las cosas pequeñas y con las sensaciones inesperadas, cuando todo se conjura para ese bienestar que no necesita de grandes fortunas ni de ostentaciones. Estos días en que la lluvia te despierta, la campana te avisa, la belleza te busca, la calle te echa en falta y un postiguillo abierto te invita a entrar, a no tener miedo, a tener la seguridad de que son también tus horas, tu vida, tu ciudad. No hay que esperar más. Estos días de octubre aprendes a mirar de otra manera, la lluvia te acompaña como un San Juan a una Dolorosa, te marca el camino cierto que te conducirá a las tardes de luz, te libera de miedos y te enseña que después de la tormenta siempre llega el sosiego, después del berrinche suena la nana, después de la noche gris viene el blanco de la amanecida. Estos días de lluvia todo daña, pero todo siempre sana. No quedará una herida sin cicatriz, ni un otoño sin lluvia, ni un día sin su belleza. El triunfo de la primavera exige el recogimiento del otoño. Y así hasta que llegue el invierno de la vida. Estos días son también los nuestros, cuando la hiel del recuerdo debe envolverse poco a poco con la dulzura de la memoria.

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