¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Maneras de vivir la Navidad
Nunca podremos saberlo con certeza -y qué más da eso-, pero un verso escrito en un papel ya arrugado del bolsillo de un gabán pasa por contener las últimas letras que escribió Antonio Machado: "Estos días azules y este sol de la infancia". Serían días fríos, pero debieron ser refulgentes en aquel febrero de 1939. José recogía las seguro pocas pertenencias de su hermano de una pensión de Collioure, adonde fue a morir el poeta, exiliado. En estos días azules y soleados que nos regala el invierno en un eterno retorno estacional, no puede uno dejar de acabar diciéndose ese conato de poema -o poema definitivo de nueve palabras- que tanto avisa sobre cómo el paraíso de la memoria puede ser la última ancla de la existencia que periclita, ya lejos del hogar y de la propia infancia, que vienen a la postre a ser la misma cosa. Podemos, ahora, tomar prestado este testamento literario, sin pena, paseando por cualquier ciudad o pueblo del sur de esta península bendita y acanallada, o disfrutando con un café de la impagable sensación de ser bendecido por el sol sin necesidad de despojarse de la chaqueta ni protegerse de sus rayos. No hay nada tan bello como los días luminosos del invierno; acaso los del otoño.
Contemos nuestras fortunas, y disfrutemos de las cosas sencillas, las fundamentales, ajenas a todo precio. Pero tal vocación de placer sensorial e inmediato, hedónico y animal, está avinagrado en estos tiempos, en los que el mundo es un planeta más pequeño que nunca, y las temperaturas no son las que debieran y se extreman y parecen dignas de temor; las lluvias -su carencia- nos inoculan la zozobra en el alma. Quien ya cuenta con algunas decenas de años sabe por pura experiencia que rigen en el clima las series temporales, y que la sequía es una jodienda natural y recurrente que sucede con una frecuencia más variable que azarosa. Líbrenos el cielo -azul o borrascoso- de negar que los habitantes dueños del planeta Tierra contribuimos con nuestro uso y abuso a que los ciclos climáticos muestren histerias amenazantes para el futuro de los propios humanos, reyes soberbios de un reino que, a la postre, no es nuestro. La gente pasa, la tierra queda.
En estos días azules, debemos abrazar el gozo del sol amigo, que es el de la niñez y el de la vejez, y para ello es aconsejable que uno de los vigentes opios del pueblo -el interminable parte meteorológico- no enfríe ni tiña de gris técnico y cansino el cariño templado y claro de estas jornadas amorosas que nos brinda un febrerillo loco. Hoy es domingo, encima. Pasemos del parte y del telediario.
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