¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Maneras de vivir la Navidad
Alos urbanitas sin remedio nos gusta ver que el tiempo es eso que también pasa a través del paisaje cotidiano. Uno se pega casi a diario sus buenas andadas con brío deportivo o por simple relajo de paseante sin más. Siempre me gusta advertir esos ángulos urbanos que tanto tienen de confidencia personal con la propia ciudad. Lo mismo me vale la Giralda cuando asoma en el sereno atardecer desde Eduardo Dato hacia el puente de San Bernardo. Igual que me vale el cilindro de la Torre Pelli cuando surge por entre el dédalo de cales del viejo arrabal aledaño a la calle Castilla. Incluso me agrada rendir visita al indio de Kansas City cuando el pataje me lleva por aquellos lares y contemplo de paso los murales del Polígono de San Pablo.
Otras veces, ya de noche, son los puntos de luz en lo alto del puente del Alamillo los que me regalan algún que otro momento grato. A menudo, escuchando a Franco Battiato en mi biblioteca de Spotify, la dicha del urbanita alcanza su punto álgido (“El tiempo perdido,/ quién sabe por qué,/ no se podrá recuperar./ Los lenguajes urbanos se enlazan/ y se confunden en lo cotidiano”). Uno, en fin, se debe a estas confidencias personales o tal vez sólo estrambóticas. Alguien dirá que es lo propio de quien se aburre y no tiene otra cosa mejor que hacer. Pero el aburrimiento, oiga, hay que saber trabajárselo y confiere galones.
Otro punto de contacto en la ciudad lo ofrecen los rótulos luminosos que figuran sobre los edificios de Plaza de Cuba. Junto a los añejos anuncios de Tío Pepe y Cruzcampo y el más reciente de Antea, el rótulo de Diario de Sevilla se ha convertido ya en un clásico visual del paisaje cotidiano. Durante 25 años, aniversario que ahora celebra este periódico, lo hemos incorporado al subconsciente propio. No concibo el tránsito por el puente de San Telmo sin atender al rótulo de Diario de Sevilla allá en lo alto. Lo hemos visto bajo la solana del verano, entre la lluvia y casi tapado por gajos de niebla. Y ahí sigue, a las claras del día o iluminado en la noche. Recuerdo especialmente un Viernes Santo de tristeza pop, cuando fui a ver a la querida cofradía de La O a su vuelta por el puente de San Telmo (no lo hizo ese año por el puente de Triana). El Nazareno atravesaba el río con los tambores y las cornetas ahogándose en el espacio fluvial y abierto y con ese fondo de neones de los letreros en Plaza de Cuba. Mientras el paso se alejaba con su humilde andar, la cruz de carey del Jorobadito y el rótulo de Diario de Sevilla cobraron una comunión apoteósica. Psicodelia de Viernes Santo y que vengan otros 25 años más.
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