Carmen Silva

Un día perfecto

18 de julio 2024 - 03:00

Seguro que cada uno de nosotros tiene en mente cómo sería su particular día perfecto. A lo mejor para ti discurre cazando en cualquier pueblo de la Sierra de Huelva, enseñando a tu hijo pequeño lo que es la concentración, la paciencia y el silencio.

Para el querido profesor es echar la mañana paseando por el campo con sus perras, volver a casa antes de que apriete el traicionero calor de la primavera de Alcalá del Río y sentarse debajo de un limonero a leer sin tiempo.

Hay una enfermera que no cambiaría por nada el miércoles previo a Pentecostés que arranca con una misa en la calle San Jorge y continúa paso a paso por arenas finas del Coto camino de ya saben ustedes dónde. Cinta amarilla en el sombrero.

Aquel buen hombre que es plenamente feliz dedicando el tiempo a sembrar en su jardín bormujero las plantas que acaba de comprar en el vivero. Y regar, regar y regar. (Hay que ver lo que le gusta a un hombre regar con una manguera).

O mi propio hermano, que tiene por día predilecto el sevillano Domingo de Ramos que empieza temprano y acaba tarde en la Plaza de Carmen Benítez.

Y ahora el mío. Tiene que ser un día de verano del mes de julio en Sanlúcar, la de Barrameda. Al abrir los ojos, un Padre Nuestro. Minutos antes de las ocho salir de la cama para ver el encierro de Escolar y emocionarme recordando el que viví hace ocho años de la mano de Tom Turley, quien al escucharme decir que alguna vez en mi vida me gustaría entrar en el encierro me dijo: “Yo te llevo”, y gracias a él y a los toros de Escolar fui moza del encierro, orgullosa de escuchar su veredicto: “Qué bien te has comportado. Te has controlado”. Y desde ese día Tom y yo tenemos una amistad intergaláctica.

Sigo calentando motores desayunando mientras consulto el santoral y leo la biografía del santo del día al que me encomiendo para que inspire mis actos en esta jornada. Luego, a la plaza. Mi madre irá protestando porque éstas no son horas de ir a comprar pescado. A la plaza nunca se llega lo suficientemente temprano.

Baño en la Jara y aperitivo comedido en Gaspar. Es importante llegar a casa con sitio para la berza de la Montalbana, mi madre, que es el preludio de la merecida siesta de ventilador de techo. Hacen una pareja perfecta el sustantivo siesta con el adjetivo merecida.

Rato en la piscina leyendo, haciendo punto y escuchando a mis tres hijas parlotear sin parar sobre los innumerables y vertiginosos acontecimientos que están sucediendo en esta recién estrenada juventud y que, si les pasa como a mí, les va a durar lo que un suspiro.

Toros en la tele con mi padre, pero en silencio, porque es así como se ven los toros y como se hacen casi todas las cosas buenas de la vida.

Por la noche saldré a cenar gloria bendita al sitio que para mí es el mejor de Sanlúcar, que no pienso decirle a nadie cuál es. Ni muerta.

Lo que pase después de esa cena no se va a escribir aquí porque a nadie le importa y porque habrán pasado las doce y eso ya será otro día.

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