¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Esplendor del Palacio Real
Si tuviéramos que elegir una fecha negra, negrísima, en nuestra historia reciente, tendría que ser el 11 de marzo de 2004. Y no sólo por las víctimas de los atentados de los trenes de Madrid –muchísimas, casi 200–, sino por la grieta insalvable que se instaló aquel día en nuestra sociedad y que ya no parece que vaya a cerrarse jamás. Políticamente, aquel día dejó sentado que somos una sociedad fracasada y que está corroída por un cainismo que ya parece incurable. Y esa sociedad, tal como van las cosas, se encamina –si no es ya– a ser un Estado fallido, una democracia iliberal, una especie de república bananera en plena Unión Europea. Por fortuna, seguimos manteniendo en pie los servicios indispensables del Estado del Bienestar, pero nuestro Estado –o lo que sea– no podrá sostenerse así durante mucho tiempo. La mentira sistemática, el odio hacia todo lo que suponga un punto de vista distinto y la parasitación del Estado por parte de una clase política insaciable son conductas que se han instalado definitivamente entre nosotros. Y no se irán.
Recordemos que el comportamiento tanto del gobierno de Aznar –del PP– como de la oposición de izquierdas fue repugnante en aquellos tristes días de marzo de 2004. Recordemos que el gobierno intentó atribuir los atentados a ETA cuando todo apuntaba ya a la pista islamista, pero recordemos también que la izquierda se comportó de forma vergonzosa rodeando la sede del PP en Madrid y activando la “agit prop” más histérica e irresponsable en un país conmocionado que no sabía muy bien lo que había pasado. Aznar y el PP quisieron atribuir los atentados a ETA para destruir a la oposición, y la izquierda se empeñó en calificar a Aznar de criminal de guerra y de culpable directo de los atentados sólo por haber enviado tropas a Irak bajo la cobertura de la ONU. Todo fue repulsivo, se mire como se mire. Y lo sigue siendo ahora, cuando aún no existe una versión oficial de lo que ocurrió y la izquierda sigue manipulando los atentados para atribuírselos a Aznar. Los yihadistas llevan décadas reivindicando Al-Ándalus como tierra ocupada que debe ser liberada como sea –a base de bombas si es necesario–, pero nuestra izquierda cuqui todavía no se ha enterado. Ni querrá enterarse. La derecha siempre será peor que un imán barbudo que predica la guerra santa desde una covacha. Y así estamos.
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