¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Jueces y penes
La aldaba
Cuántos años pervivió el debate sobre qué ocurría tras la muerte del dictador. Se repite mucho estos días un dato cierto: Franco murió en la cama. Pero hay otro revelador del éxito de la denostada Transición: su familia se trasladó del Palacio del Pardo al barrio de Salamanca de Madrid con total normalidad. Y hasta con una crónica en la prensa que dio cuenta del recibimiento de vecinos y partidarios. La viuda e hija no se ocultaron nunca y eran habituales en determinados actos de la clase. Después de Franco, las instituciones. Así se anunciaba, pero lo que llegó fue la democracia por obra y gracia de la Ley de Reforma Política aprobada en las cortes... franquistas. ¿Y que vendrá después de esta legislatura tan excepcional que estamos sufriendo? Porque han saltado por los aires costumbres, usos, protocolos y criterios de autolimitación que eran consustanciales a todos los gobiernos democráticos. No sabemos qué pasa por la cabeza de Pedro Sánchez, ni especularemos sobre cuándo convocará elecciones. Pero sí tenemos claro que ha creado un antihigiénico estilo de permanencia en el poder, ha normalizado formas de comportamiento que no son nada ejemplares o que, cuando menos, no son recomendables. Nada peor que elogiar su habilidad por amanecer otro día más en la Moncloa. La política no es eso. O no debe serlo. No hace falta ser politólogo (ni Dios lo permita) para tener claro que el reconocimiento entusiasta a un dirigente público no puede estar basado en su constante pericia para mantenerse en lo alto del machito. El fin no es retener el poder, sino preservar el interés general, mejorar las condiciones de vida, fortalecer la nación, salvaguardar el orden y la paz y, por supuesto, promover la prosperidad económica.
Es muy probable que muchos jóvenes ya asuman como normal que el éxito es atornillarse en el cargo a toda costa sin importar las consecuencias: la discordia entre españoles a cuenta de una Guerra Civil de la que habría que hablar menos y leer más a autores serios como Chaves Nogales, el desprestigio de las instituciones al mover como peones a ministros, fiscales generales del Estado, gobernadores del Banco de España o presidentes de grandes empresas, la constante legitimación de un prófugo que resulta humillante para el Gobierno, el acuerdo con los legatarios de una banda terrorista, la demonización de la oposición o la marrullería de presentar un decreto donde se incluyen en bloque materias sensibles como las pensiones con otras que no son más que el pago del apoyo político. ¿Qué quedará de toda esta forma de ejercer el poder cuando Sánchez abandone la Moncloa? Será necesaria una regeneración de la política española. Nunca afirmaremos que el Gobierno es ilegítimo, pero sí que ejerce el poder de forma reprobable con graves efectos de los que todavía ni conocemos el verdadero alcance. Cuando se ha perdido la vergüenza, muchos pueden creer que es normal no tenerla.
También te puede interesar