¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
El espectro de Paulina Crusat
Desde mi córner
CAÍA el sol a plomo en la vertical de Sevilla en general y de su mejor espacio en particular cuando riadas y riadas de personas afluían por Mateos Gago y por San Gregorio, por Placentines y Alemanes. Gente que tenía en sus caras el signo indeleble de estar pasándolo muy mal, pero con el rictus de la esperanza por un tiempo distinto y, por ende, mejor. Las mismas caras que hace dos semanas, en un infausto Domingo de Pentecostés, habían sido surcadas por las lágrimas de un llanto amargo. Eran los mismos rostros, pero en ellos se reflejaba un estado de ánimo distinto, de rebelión y esperanza de forma sincronizada.
Y esas riadas de personas de toda condición y con el común denominador de una misma creencia futbolística iban arremolinándose en torno a la cita con el credo que les une. Iban los padres con sus hijos y con los hijos de sus hijos a la cita con la historia y con su Betis, con eso que todavía es Real Betis Balompié y que con esa fuerza sentimental que le acompaña resulta imposible que deje de serlo alguna vez. Era el grito de rebelión ante un secuestro inadmisible; un secuestro inadmisible e incomprensible en estos tiempos que corren. Y seguía bajando gente, famosos y anónimos, rostros populares y rostros de béticos que acudían por el mero hecho de quién convocaba.
Porque resulta que el convocante, harto de cadenas, era el Betis y ante esa convocatoria no cabía quedarse en casa. El calor ambiental se multiplicaba por el calor humano de una gente que se ha rebelado definitivamente contra un estado de cosas inaceptable. Y después, ¿qué? se preguntaban muchos cuando ya el calor humano había superado con creces al climatológico. Quién sabe qué habrá después, pero de lo que no cabe la menor duda es que, solo en su soledad, el hombre que se quedó con el Betis a mitad de precio se está quedando también sin los mínimos argumentos para seguir deshaciendo a su antojo esa ilusión aún calificada de Real Betis Balompié.
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