¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Maneras de vivir la Navidad
Qué ha podido fallar. Recuerdan protocolos, rebuscan en los wasaps, repasan los correos. Se encanallan, sacan de contexto, niegan que es de día a pleno sol. Son capaces de asar la manteca en pos de un “yo no he sido” o, mejor dicho, de un “has sido tú”. Bienvenidos al deshonrible espectáculo de las últimas semanas en España, pasen, tomen asiento. No les diré que esto es lo nunca visto, porque no es más que mucho más de lo mismo, lo de siempre pero en dosis de fliparlo. Flotan los muertos y no hemos tenido ocasión de llorarlos con tanto ruido.
Hay estrategas, analistas, comentaristas, politólogos que lamentan el desencanto de las gentes con la política a raíz de la catástrofe de Valencia, y advierten del gran riesgo que conlleva, el principal (me consta), el del auge de quienes añoran el pico y pala, la pata quebrada, un buen pelado, nos fumigan, el cierra España y el quieto todo el mundo. A pesar y más acá de ello y de ellos, valoro la función del desengaño, esto es, el bien que puede hacernos salir de ciertos equívocos, descreer del trampantojo, dejar en evidencia el doble discurso del poder, perder la fe en tanto simulacro. Creer en nuestros ojos más que en los relatos que niegan lo que vemos. No se me ocurre dieta más sana que la estricta que descarta comulgar con ruedas de molino.
El desastre de Valencia ha sido un baño de barro y sangre en lo real. Qué ha podido fallar, vuelven a preguntarse. No falla el edificio tanto como el cimiento. No falla tanto el procedimiento, los sistemas de detección, la coordinación, el estado de las autonomías y su reparto de competencias, como esa gran interrogación que tiene forma de columna vertebral: ¿Para qué demonios se ha metido usted en la política? La verdadera respuesta es la que nos está matando. Sincera vocación de servicio público, bien común, servicio a la comunidad, justicia social: tengo la suerte de conocer a personas que han entrado en política para esto, y también a quienes han salido de ella con la cara partida por haberse comido en el intento una pared. Prebendas, sillones, clientelismo, vendettas, alimentar –para que no muerda– al lobby feroz, poder que sirve al poder: tenemos la desgracia de tener ante nuestros ojos a demasiados que han entrado en política para esto otro. Lo primero, y esto último, quizá constituyan las dos grandes ideologías que incluso atraviesan y trascienden los viejos esquemas. Adivinen cuál de ellas vence casi siempre, cuál nos hiela desde antiguo el corazón.
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