Monticello
Víctor J. Vázquez
El auxilio de los fantasmas
SEVILLA/Hasta mediados de los 90 la duquesa de Alba era una personalidad de las revistas del corazón. Carne de portada, con sus siempre llamativos modelos, como si fueran elegidos por sorteo en la tienda, aquella colección de títulos a la que siempre se describía con la imagen de que la misma reina de Inglaterra tendría que postrarse ante ella, sólo aparecía en el papel. Pocos se habían percatado de su voz o de su franco desparpajo. Ella vivía una madurez relativamente reposada, junto a Jesús Aguirre, sin cámaras aguardándole en la esquina.
Primero fue Alfonso Arús el que se encontró con las posibilidades de la noble, remedándola con pelucas en El Chou y arrastrando sus imágenes como en un cinexin. Todo lo que surge de Andalucía es fácil de bromear. Pero el descubrimiento absoluto, es un decir, corrió a cargo de Qué me dices, en Telecinco, caja de pandora de la actualidad del corazoneo televisivo. En 1995 aquel programa diario que presentaban Belinda Washington y Chapis decidió perseguir a la duquesa en cada oportunidad. La vimos en su agenda sevillana y madrileña, en la feria y sobre todo en verano. La duquesa nunca defraudaba a los reporteros y si a la familia se incorporaba Francisco Rivera y con él, indirectamente, su madre, Carmina Ordóñez, parecía abrirse un campo infinito para cubrir programas y programas. Tómbola sobre tómbola.
La duquesa oteaba el nuevo siglo con mucho menos respeto del que podía imaginar quien siempre quiso estar lo más cerca posible del pueblo. Cayetana de Alba era ahora carne televisiva: recurso para el choteo y para la comparación. Los programas del corazón se expandían desde el big bang y los perseguidores con micrófono y cámara se convirtieron en patrulla. La hallaron ya viuda y es comprensible que en más de una ocasión se escarbara en el tacto iracundo que a veces puede desprender Cayetana, surgiendo imágenes para el olvido. La duquesa pedía tranquilidad y a veces la cuerda se tensó. La enfermedad que parecía sumir en una llama marchita a la madre de Eugenia o de Cayetano forzó el gesto de pesar a esos mismos tomates que se habían cebado en la propietaria de Liria y de las Dueñas. Entonces afloraron comentarios de lamento, reparto de herencias y colmillos hacia la familia. La Historia de España pasa por la vida de la duquesa, pero también la pequeña y fangosa historia de los espacios del corazón.
Lo que no contaban ni los más ingeniosos guionistas es que Cayetana de Alba remontara de tal manera que consiguiera su propósito de casarse. Todo parecía volver a los tiempos de las bromas, de la involuntaria caricatura, pero la constancia de la noble por perseguir su deseo de estar casada de nuevo ha pasado en la televisión de ser un motivo de chufla a convertirlo en un ejemplo de heroicidad. Ni tanto, ni tan calvo, porque además los dos novios pese a la avanzada edad disponen de muy buen cuero cabelludo. La duquesa de Alba no es aquel personaje menor que algunos programas se empeñaron en construir. Ni una estrella del espectáculo. Cayetana es fiel a sí misma. Con sus virtudes y un gusto estético que puede ser considerado extravagante. Pero, ojo, según el Vanity Fair norteamericano es de los más acertados del mundo. A los 85 años, ya casada, es buen momento para dejarla tranquila.
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