Monticello
Víctor J. Vázquez
El auxilio de los fantasmas
La cultura del desayuno se ha desarrollado en veinte años mucho más que la del aperitivo, que casi no existe en favor del comer sentados como exigen los cánones impuestos tras el fin de la pandemia. Ahora se llega a un restaurante de toda la vida y te aparece un camarero con una tableta digital y un cuestionario por delante que trata de saber si tenemos reserva de mesa y, caso de no haberla realizado, si nuestra intención es estar en la barra, en las mesas sin mantel o en las vestidas. Fiscalización previa se llama. Los bares siguen siendo oasis de libertad a la hora del desayuno, aunque haya sitios, como la Plaza de la Alfalfa, donde cada vez hay menos establecimientos para el café matinal. Hagan la prueba porque solo queda un negocio de hostelería que abra antes del Ángelus en ese trozo de centro que es la Antilla onubense en versión sevillana. El Aperol de mediodía es más rentable que la manteca colorá del sultán trianero, Antonio Sánchez Carrasco. En tiempos estaba el desayuno de bufet para ponerse como a nadie le importa en los hoteles y el frugal del desayuno continental. Ahora hay sitios donde no solo figuran el mediterráneo (con tomate en rodajas o triturado), el cardiosaludable (con zumo supuestamente recién exprimido), el de aguacate, el del bol de frutas variadas con salsa de yogur que se tarda unos 40 minutos en comer sentado en un velador junto al cual se forma la cola de espera de los que tienen en mente pedir lo mismo, el de sabores de la tierra (con chacinas o bollería de la ciudad en cuestión), el apto para celíacos, el infantil, el ejecutivo, el de cuaresma, el del festival de panes (que incluye un cestillo con rebanadas de diferentes tipos, incluido por supuesto el de centeno, el de maíz y uno con cebolla que es una verdadera tontería) y el del dulce pecado (para los más glotones con un abanico de repostería poco recomendable si tiene cita con el internista).
Hemos complicado los desayunos con verdaderos cuñados sobre los tipos de aceite, las gamas de leches y los zumos de pomelo. De las de peina y volantes que pocas van quedando. Y qué poquitos de los de café largo y media de la parte de abajo con aceite de oliva Virgen Extra. En las cartas de esos sitios tan cool debería figurar en primer lugar la modalidad del desayuno de tieso, que no es otra cosa que el simple café con sacarina y media tostada para aceite o mantequilla. ¿Se puede desayunar menos? No hay un desayuno menor salvo que prescindamos del pan, pero en tal caso no sería desayuno, sino café bebío. Deberíamos fundar la Asociación de Amigos del Café con Media, imprescindible frente a la sociedad boba. Mañana hablaremos del sanchismo, pero hoy tocaba materia sensible.
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