La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La lección de Manu Sánchez
Pasear por Sevilla una tarde de sábado o una mañana de domingo es confirmar que hay batallas que se han perdido. No es que las haya perdido Sevilla, sino la sociedad. Porque Sevilla padece los mismos problemas que otras capitales de provincia, acaso nos afectan de forma particular por la enorme cantidad de patrimonio histórico-artístico que atesoramos y la extensión del conjunto histórico-declarado, pero los problemas son los mismos: espacios urbanos invadidos por el turismo, progresiva pérdida de negocios propios, huida del vecindario de los cascos históricos, modificación sustancial de los hábitos de siempre en sustitución de los impuestos por criterios de mercado, etcétera. Quizás ha llegado la hora de admitir que esto no tiene solución, que nos hemos dejado llevar irremediablemente, que los políticos han realizado diagnósticos certeros, pero no han aplicado soluciones, que hace tiempo que somos una ciudad más del montón, que sufrimos el complejo de la grandeza del pasado que conduce a la mediocridad del presente, que nos hemos sido ni capaces de defender la Avenida de la Palmera, ni de hacernos oír después de aquel 1992... Pasear por Sevilla un fin de semana es comprobar que los sevillanos han huido como venecianos desesperados, que el cambio (degradación) es más rápido de lo que imaginábamos, que es imposible que Lipasam pueda responder a tanta demanda, que Sevilla tal vez se nos ha roto de tanto usarla. ¿Por qué no admitir la derrota? Todo está afectado por los excesos. Sí, los excesos existen. ¡Claro que existen! Curiosamente la Feria es la fiesta, el período o el acontecimiento que mejor mantiene su estética frente a los tiempos en que todo se transforma, se pliega y se adapta al gran cuerno de la abundancia del turismo depredador y consumista. Parece casi milagroso que en el real se mantengan ciertas medidas estéticas, al menos en las horas centrales de cada día y pese a los experimentos de alargar y acortar la fiesta. Sevilla aparece en demasiadas ocasiones lastrada por la cochambre sin necesidad de que haya finales de fútbol en el Estadio de la Cartuja.
Estamos en nuestro derecho de refugiarnos en los recuerdos de postal, en los tópicos de algunas canciones y en evocaciones personales. Lloraremos cuando ya no haya más solución, cuando ni siquiera nos sirva eso tan sano de reírnos de nosotros mismos. Una cosa es que haya muchas Sevillas, que ciertamente las hay, y otra los evidentes destrozos que estamos sufriendo. La ciudad es barata porque interesa que lo sea. No le quiten nunca el ojo al aeropuerto: ni una compañía que no sea de bajo coste. Y ahora tendremos hasta hoteles de bajo coste (¡en Los Remedios!) con habitaciones que recrean una nave especial para disimular que son de 25 metros cuadrados. Otro milagro es que Loewe no deje la Plaza Nueva, claro que solo hay que mirar los escaparates y compararlos con los de las tiendas de la misma firma en las grandes capitales europeas. Pero no se preocupen: tenemos un color especial. No le importamos a nadie. No nos perdonan la grandeza pasada. Somos víctimas de nuestra indolencia.
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