La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La lluvia en Sevilla merece la fundación de una academia seria
EL verano azul se ha tornado negro. El PP ganó las elecciones: 137 escaños. Incluso su triunfo le permite aglutinar hasta 172 diputados para una hipotética investidura de su candidato a presidir del Gobierno, a sólo cuatro de la mayoría absoluta. Una cifra suficiente para gobernar. Otros presidentes lo hicieron con menos respaldo. Siempre antes de 2015. Antes del no es no. Antes de Pedro Sánchez. Mariano Rajoy lo logró en 2016 con 136 escaños: después de que un tormentoso Comité Federal del PSOE defenestrase a Sánchez para evitar una segunda repetición electoral. Alberto Núñez Feijóo, empero, tiene escasísimas posibilidades de gobernar con este resultado.
Pero la derrota de Feijóo tiene poco que ver con escaños o números: es una cuestión de principios y de liderazgo.
La derrota de Feijóo comenzó el 29 de mayo: no supo leer bien la convocatoria electoral sorpresa ni la trampa que escondía la huida a la desesperada de la derrota socialista del 28-M. Feijóo no impuso una estrategia clara: renunció a ejercer el liderazgo y dejó la política de pactos municipales y autonómicos en manos de barones regionales ávidos de poder. Lo advertimos entonces: Mazón pactaba pero el que patinaba era Feijóo. No se deroga al Sanchismo actuando como Sánchez: accediendo al poder a toda costa. El esperpento de María Guardiola en Extremadura lo cristalizó. La incoherencia se hizo patente en el discurso del PP. El voto moderado, al que le repele Vox, que necesitaba conquistar –como había hecho Juanma Moreno un año antes en Andalucía–, desechó a un Feijóo que instala a los ultramontanos al mando de las instituciones con tal de gobernar: en Valencia, en Extremadura, y lo que es aún peor, en Aragón ya en agosto. Si Feijóo actuaba como Sánchez, votarle no tenía sentido ni pararía a Vox. Y lo peor es que sigue sin percibir que el problema es Vox, que ahora la presta gratis sus 33 votos para sumar 172 para eludir la responsabilidad de que Feijóo no gobierne, aunque la tiene toda: incendió Cataluña la última semana de campaña y llenó las urnas catalanas de votos al PSC: a Sánchez.
La derrota de Feijóo la engendró su renuncia a ejercer el liderazgo –que empieza por dominar los asuntos de la política española, que no es el balneario gallego al que estaba acostumbrado– y a defender principios políticos y derechos individuales. Ya es tiempo de aprender de esa derrota, haya reedición del Gobierno Frankenstein o repetición electoral.
También te puede interesar
Lo último