¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Esplendor del Palacio Real
Sevilla ha sido considerada en multitud de ocasiones una “ciudad convento” y, así, mantenía a finales del siglo XVII cuarenta y cinco cenobios masculinos y veintiocho femeninos. Con el paso del tiempo, algunos desaparecieron y otros fueron adaptados para funciones no religiosas. La centuria decimonónica fue el periodo histórico con mayores transformaciones urbanísticas y arquitectónicas de la urbe hispalense, con tres hechos principales que originan estos profundos cambios: la ocupación francesa, con derribos de edificios civiles e iglesias como la de Santa Cruz o la Magdalena; la desamortización de conventos promulgada por el ministro Mendizábal a partir de 1835, que supuso el abandono definitivo o temporal de muchos de ellos; la Revolución Gloriosa de 1868, cuando fueron abatidas la mayoría de las catorce puertas de la ciudad y su muralla perimetral, aunque muchos lienzos murales quedarían embutidos en el interior de casas y palacios.
El convento Casa Grande de San Francisco fue fundado en 1268 ocupando el espacio de la actual Plaza Nueva y de otros adyacentes, manteniéndose como el mayor de Sevilla a lo largo de siglos posteriores hasta su desaparición. Contenía una gran iglesia conventual con cerca de cuarenta capillas, claustros, hospital, botica, fuentes, jardines, hospedería... Las tropas francesas ocupan el convento mayor franciscano en 1810 y lo transforman en cuartel, originándose el mismo año un devastador incendio que lo deja en estado ruinoso. Tras la retirada en 1812 del contingente galo, los monjes regresan y comienza un proceso de rehabilitación del edificio que quedará paralizado en 1835 por los decretos desamortizadores y la exclaustración definitiva de los franciscanos. La demolición del convento se lleva a cabo en 1840 y queda libre entonces una superficie que llegará a ser con el tiempo la Plaza Nueva que conocemos. Esta área pública resulta de la utilización del solar de la Casa Grande de San Francisco y de otro correspondiente al convento franciscano de San Buenaventura, que se encontraba en sus aledaños. Del gran cenobio sólo restan en la actualidad el arquillo del ayuntamiento —que daba entrada al compás— y la capilla de San Onofre erigida en 1520 por la Hermandad de las Ánimas, único templo sevillano abierto veinticuatro horas y que recoge obras artísticas relevantes de Simón de Pineda, Juan Martínez Montañés, Francisco Pacheco o Pedro Roldán. La Plaza Nueva fue trazada por el arquitecto Ángel de Ayala siguiendo una estética neobarroca con modificaciones posteriores de Balbino Marrón, quedando muy pocos restos de los inmuebles originales a día de hoy.
El proceso de destrucción de la Casa Grande de San Francisco es un ejemplo palpable de que el necesario progreso para acomodar las ciudades a las necesidades de los nuevos tiempos no ha de ser ciego y debe respetar en su medida la valiosa herencia histórico-artística de épocas pasadas, que pertenece a todos y han de disfrutar las futuras generaciones.
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