Gafas de cerca
Tacho Rufino
Un juego de suma fea
DE POCO UN TODO
EN el departamento de al lado están -con buen ambiente navideño, sin acritud- machacando a uno porque votó al PP. Le llaman "facha", "ultraderechista", "cavernícola" y así. Yo, dispuesto a desfacer agravios y enderezar tuertos, me cuelo allí y les sugiero que lo llamen "centrista", que eso dice el PP que es, y es. No les convenzo.
Y quizá tengan razón mis compañeros. Siendo la derecha y la izquierda términos relativos, por mucho que el PP trate de centrarse, y vaya si trata, siempre el PSOE estará situado a su izquierda y, por tanto, el PP será "la derecha". Que los socialistas se han convertido en el referente posicional es innegable, como demuestra el hecho de que en la llamada "derecha" se engloben pensamientos tan dispares como el liberal, el democristiano, el conservador, el tradicionalista y el reaccionario, por no mentar la bicha de la ultraderecha, que, por mucho que la agiten como un espantajo, apenas existe. Esas posturas tan divergentes sólo tienen el mínimo común denominador de no ser socialistas.
En consecuencia, ser de "derechas" o de "izquierdas" no significa nada, más allá de las siglas del partido al que se vota, que no significan nada, más allá de un estilo -más o menos eficaz, esperemos- de gestión. Las recetas de política económica son prácticamente las mismas (en un caso a regañadientes y en otro con convencimiento) y los posicionamientos morales y sociales son los mismos prácticamente (en un caso con entusiasmo y en otro con indiferencia). El PP aplicará la misma doctrina neoliberal que el PSOE, aunque más a rajatabla; y no revisará la ingeniería social socialista por pura dejadez. La diferencia real es la posición relativa de ambos, uno a la derecha del otro y viceversa. El ansia por ocupar el centro se revela más sintomática que una mera estrategia electoral: se busca la zona cero de la ideología, el melting pot de las opiniones.
Quedan sin representación política muchísimas de las ideas legítimas que existen en la sociedad. Hoy, día de los Santos Inocentes, cómo no tener un recuerdo para las víctimas del aborto. Mientras que el debate en la calle es vivísimo, y en las conciencias no digamos, en el Parlamento reina una rara unanimidad: la paz de los cementerios. Parece que el único problema es si las menores podrán abortar con o sin permiso paterno. Se recuerda entonces la escena final de Rebelión en la granja, de Orwell. Cuando los animales se asomaron a la ventana de la habitación en la que debatían sus actuales líderes, los cerdos, con sus anteriores líderes, los hombres, vieron -mirando a derecha y a izquierda- que eran idénticos.
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