La aldaba
Carlos Navarro Antolín
El gazpacho que sufrimos en Sevilla
Las democracias están tan amenazadas, externa e internamente, que algunos desequilibrios, que tienen que ver con la acumulación de inmensas riquezas, pero sobre todo con poderes superiores a los de los Estados y sus instituciones, ya no nos preocupan. Incluso la UE, tan defensora de las reglas del mercado, parece dispuesta a sacrificar los principios de la competencia para poder pelear en el nuevo mapa económico global sin llevar una mano atada a la espalda. Pero es al otro lado del Atlántico donde el fenómeno se manifiesta en toda su crudeza. Todo el mundo consideró normal la decisión de Elon Musk de financiar la campaña electoral del 45º presidente de los Estados Unidos con 45 millones de dólares al mes. El peso preponderante de algunos donantes no hace más que certificar el éxito de un líder, su fuerza de atracción. Ya no suscita, como antes, temores de dependencias excesivas o de intercambios futuros. No es el dueño de X el único empresario tecnológico trumpista: muchas de las llamadas Big Tech de Silicon Valley, tradicionalmente cercanas al Partido Demócrata, apoyan y financian ahora al ganador de noviembre. El más excéntrico de todos ellos es Marc Andreessen, cofundador de Netscape e ideólogo de las élites digitales, que en octubre de 2023 publicó en la web el Manifiesto Tecnoptimista, uno de los muchos que han visto la luz en los últimos veinte años en la California de las grandes empresas tecnológicas, pero que tiene la virtud de condensar con especial precisión, y con una retórica trufada de mesianismo futurista –no falta siquiera una cita de Marinetti–, los postulados claves que suelen aparecer en todos ellos. A saber: fe absoluta en la tecnología como motor del progreso humano; el ultraliberalismo económico como motor, a su vez, de esa tecnología; un materialismo de la abundancia como condición necesaria para la supervivencia de la sociedad; el rechazo de las ideologías victimistas –“creemos en el camino del héroe, en trazar los mapas de territorios inexplorados”– y, por último, un desprecio visceral por el socialismo, la burocracia y el autoritarismo de izquierdas surgidos de mayo del 68.
La anomalía del inmenso e indisimulado poder de las tecnológicas parece ahora irrelevante. Todo el mundo ha hecho la vista gorda ante la agresividad de sus lobbies, pero su orientación profética es considerada una señal: son ellas las que moldearán el futuro de la humanidad. Conviene no engañarse: la democracia será lo que quieran los teléfonos móviles.
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