La aldaba
Carlos Navarro Antolín
El rey brilla al defender lo obvio
Admitamos que, en Sevilla, como en el resto de España, la campaña para las elecciones del domingo fue un disparate. El ruido nacional apenas dejó espacio para que se escucharan las propuestas locales. Parte de la culpa fue de los propios candidatos a alcalde, que no quisieron o no supieron poner la cosas en su sitio y se plegaron a las estrategias de sus partidos. Admitamos también que José Luis Sanz ha ido dopado por las siglas de su partido y que ha ganado reforzado por el apoyo sin fisuras que ha recibido por parte del presidente de la Junta, tanto que en más de una ocasión parecía que era Juanma Moreno el que se jugaba en estas elecciones el ser o no ser. Por la misma vía habrá que reconocer que al candidato socialista le ha pasado justo lo contrario: Antonio Muñoz era un alcalde con personalidad propia, por encima de las siglas de su partido, y lo que ha hecho Pedro Sánchez ha sido quitarle la tostada, con el resultado desastroso que se ha visto.
Pero este esquema pecaría de simplista e incluso de irreal si al banco no se le añade una tercera pata. En las escasas ocasiones en las que se le ha podido oír José Luis Sanz ha hecho planteamientos coherentes, propios de un candidato con argumentos, y ha puesto el dedo en la llaga. Ha tenido claros cuáles eran los problemas que los socialistas no han sido capaces de resolver y que tienen a muchísimos sevillanos en estado permanente de cabreo: las deficiencias de la limpieza pública y la falta de control de un turismo masivo y desordenado que a estas alturas se ha convertido más en un problema que en una solución. Ahí Antonio Muñoz no estuvo a la altura de lo que se esperaba. Prefirió mirar para otro lado y centrarse en esa Sevilla imparable de grandes eventos internacionales y de infraestructuras para el futuro que él con tanta habilidad supo encarnar. A Muñoz le faltó pegarse al terreno y comprender que ya llevaba tiempo suficiente en la Alcaldía como para que los sevillanos le pasaran una factura al cobro.
A los candidatos locales se les ha escuchado poco, pero en las grietas escasas que se han abierto entre broncas por Bildu y compras de votos por correo, José Luis Sanz ha acertado más que Antonio Muñoz. En qué porcentaje ese acierto lo ha catapultado a la Alcaldía es algo que no se puede saber, pero por los menos cabe anotar en su balance que el aspirante del PP tenía los deberes hechos y que sabía dónde le apretaba el zapato a la ciudad.
Ahora le toca lo más difícil: pasar de las palabras a los hechos. El día 17 de junio se convertirá en alcalde de Sevilla. Lo hará –qué maldición– en medio del ruido de la campaña para las generales. Pero le va a tocar ponerse manos a la obra y, con el cargo recién estrenado, enviar mensajes de que coge el toro por los cuernos. En las primeras semanas de mandato deberá tomar medidas, no sólo simbólicas, que nos lleven a tener ya una ciudad más limpia. Y tendrá que tocar en las puertas de San Telmo o de Madrid, o las que sea, para que le ayuden a meter en cintura un turismo que se ha convertido en una especie de plaga invasora que está cambiando la personalidad de Sevilla, no sólo del centro. Si José Luis Sanz defrauda estas expectativas, va a tener una entrada en la Plaza Nueva complicada. Sevilla le ha dado un voto de confianza y él no puede desaprovecharlo.
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