La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
Sevilla/Una vez leí una crítica del compañero, amigo y primitivo hermano Antonio Delgado-Roig sobre los desayunos en algunos bares. Se lamentaba de los sitios donde se sirve todo desmontado: el pan tostado por un lado, las lonchas de jamón por el otro, el tomate por allí, el aceite por acá y el salero de mano en mano por la barra. La denuncia refería que, al final, el cliente tenía que hacerse la tostada. Es como cuando llega el camarero con una ración, se detiene y pregunta a los comensales dónde puede poner la fuente. Al final los clientes hacen parte del trabajo ajeno y se ven instados a reorganizar la mesa y hacer hueco. Una cosa es la buena voluntad y la diligencia siempre demandables y otra dar por hechos ciertas prácticas. Pero volvamos al asunto capital de las tostadas. Delgado-Roig es partidario de que se sirvan ya elaboradas, listas para ser yantadas. Ciertamente es más cómodo, no nos manchamos ni tenemos que ponernos a trabajar, pero se corre el riesgo de que tenga más aceite del que nos gusta y no digamos la maldita sal, siempre evitable. Quizás todo se deba a la hartura que provoca preguntar uno a uno cómo quiere el cliente la tostada, a la renuncia en el fondo al trato personalizado, mucho más cuando se han multiplicado las opciones del desayuno con los aguacates, panes con semilla, yogures, infusiones de hierbajos y otras viandas. Al gran fotógrafo Antonio Sánchez, el sultán trianero, le encanta prepararse él mismo la tostada. Dice que no unta, sino enfosca la viena con manteca colorá. En Extremadura hay sitios donde la tostada de cachuela o caldillo viene ya completa.
El horror es cuando toca hacerse la de tomate, aceite y jamón. Un desastre cuando el aceite salpica al abrir el envase unitario, el tomate chorrea, el pan es blando y el cuchillo más todavía. Se dispara el empleo de servilletas. Un detalle importante es el agua. No se suele servir, pese a que es muy demandada. Huya de las jarras comunes con una pila de vasos alrededor. No generan confianza. Y más todavía de los vasos cogidos por la parte superior, con esas yemas de los dedos puestas donde usted pondrá los labios para beber. ¡Qué maravilla... por las que hilan! Con los zumos de naranja tenga cuidado. Hay sitios donde llevan exprimidos desde el Viernes de Dolores. De la vitamina C no hay analista que encuentre restos. O la naranja pasa por el exprimidor delante de usted o le están dando el timo. En los hoteles evite las máquinas del café de auto-elaboración. No quitan el sueño y hay riesgo de ardores a media mañana. La tostada mejor que venga hecha, como defiende Delgado-Roig. Siempre hay que tener un bar de cabecera y un amigo que monte los muebles de Ikea.
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