Dame paciencia

23 de enero 2025 - 03:08

Pasó la Navidad y no vi Lo que el viento se llevó. Los que somos de medio cuño y nos falta poco para ser del viejo, teníamos que esperar a que fuera Semana Santa para ver Ben Hur, y Navidad para que el guapo Rhett Butler estrechara entre sus brazos a Escarlata. La O’Hara es un personaje chocante por lo narcisista e impetuosa, pero hay un momento en que confiesa que le hubiera gustado ser apacible y buena, y yo me reconozco en ese anhelo de ser más paciente.

He ido mejorando con la edad, pues la paciencia y la juventud son antagónicas. Un bebé se desespera en 2 segundos si está incómodo, un niño no puede aguantar sentado en una silla más de un minuto, y un hombre no está capacitado para esperar más de diez minutos si tiene hambre. No, es broma lo del hombre y el hambre (pero es verdad).

Aprender a esperar es un gesto de responsabilidad feliz. No significa que uno tenga que sentarse a verlas venir, sino mantenerse con la serena firmeza de persistir sin dejarse vencer por los instintos para conseguir el objetivo. Como haría un mono, por ejemplo.

Creo que es una elección, no un don. Una virtud muy fácil de poner a prueba. Algo así como la fe, que no es un sentimiento, sino una decisión. La de confiar en Dios. Para los cristianos la hupomone (perseverancia) es la paciencia bíblica.

Me esfuerzo, pero hay veces que si la mismísima Santa Teresa me dijera eso de la paciencia todo lo alcanza, yo le respondería con un “Bueno, ya veremos”.

El otro día me contaba mi compañera Vicky que había días que llegaba a casa del trabajo orgullosa de sí misma porque había tenido temple con todo el mundo. Ella sí que tiene paciencia bíblica.

Tolerancia para los demás, pero, ¿y para ti? Decía San Francisco de Sales que hay que tener paciencia con todas las cosas, pero sobre todo con uno mismo. Sabía de lo que hablaba, porque el conocido como santo de la amabilidad, evidenció desde chiquitito un “exceso de ímpetu”, vulgo mala leche, que consiguió vencer a base de santo y estoico sosiego.

En la misa del día de la Sagrada Familia el cura nos decía que lo que debe reinar en la familia es el amor y el perdón. Para mí, éstas son las dos piernas de la paciencia.

No hay mejor ejercicio para desarrollar la calma que la maternidad, que además te tira de boca contra la pasividad y la indolencia. Siempre midiendo la capacidad para controlar el enfado. Lo que yo persevero con mis hijas, que me ponen poco a prueba porque son santitas, no se lo aguanto a nadie. Bueno, a casi nadie. El bálsamo más suave es la paciencia de una madre, pero no conviene rozar el límite porque cuando se le pone el moño en alto no tienes mundo para correr.

Cultivarla y mantenerla es fundamental para alcanzar el éxito. Tan indispensable es para cocinar un buen tomate frito como para sostener el amor de una pareja. Ay, los amores…

Me acuerdo de una letra de los Tangos de la Repompa, de Las Migas, que decía: “Dios mío, dame paciencia. Pa aguantá yo a este gitano me farta la resistensia”.

stats