La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La lluvia en Sevilla merece la fundación de una academia seria
VAYA por Dios, parece que Sevilla, en vez de un nuevo alcalde, tiene un emperador persa. Y bien que me alegro, porque no es esta una ciudad que se merezca cualquier cosa. A José Luis Sanz eso de ampliar el Museo de Bellas Artes en “un palacete de una bocacalle como Monsalves” le parece “cutre”. El edificio al que no le hicieron ascos los vástagos del noble linaje de los Tous de Monsalve, el Marquéss de la Granja, el adinerado viajero británico Richard Ford, el Marqués de Aracena, la otrora todopoderosa Compañía Sevillana de Electricidad o la mismísima Presidencia de la Junta de Andalucía, no es del agrado del regidor hispalense. Lo ve, como decíamos, “cutre”. Y, sin embargo, al arribafirmante, tanto la calle como el edificio le parecen de una comedida belleza muy sevillana, con ese aire de dama provinciana que Aníbal González supo darle a principios del siglo XX.
No es bonito que un alcalde hable con desprecio de ninguna de las calles y casas de la ciudad, de ninguna, pero menos cuando es rigurosamente injusto. Sanz sigue empeñado en reivindicar un proyecto que sabe imposible (e indeseable, añadiría yo): el traslado del Museo a la Fábrica de Tabacos, hoy rectorado de la Universidad de Sevilla y corazón de la misma. Con la resurrección de sus ansias, el primer edil ningunea una vez más a una institución cinco veces centenaria en la que hemos estudiado la gran mayoría de los titulados universitarios de la ciudad. En vez de presionar a la Junta (donde están los suyos) y a la Administración central para que acometan de una vez por todas la ampliación de la pinacoteca sevillana en el más que digno Palacio de Monsalves, Sanz prefiere perder el tiempo en quimeras y proyectos para los que no hay dinero ni intención. El traslado al hoy Rectorado no sólo sería innecesario, carísimo y polémico, sino que supondría el vaciamiento del sentido histórico de un barrio tan querido para los sevillanos como es el del Museo, cuyo antiguo Convento de la Merced acoge desde la desamortización una pinacoteca de la que todos nos sentimos orgullosos, aunque mucho nos tememos que ya no es la segunda de España (si es que alguna vez lo fue), como se repite machaconamente.
El actual Bellas Artes no sólo es hermoso por su contenido, sino también por el continente, con sus grandes claustros, sus zócalos de azulejos, sus setos de mirto y sus cielos azulísimos (cuando toca). Dejemos allí, en sus hermosas galerías, a los zurbaranes y murillos; y dejemos también que los estudiantes sigan paseando sus carpetas y sus amores debajo de las altas bóvedas de la Fábrica de Tabacos. Y los turistas que disfruten del espectáculo, pero sin ser los protagonistas.
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