La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Más allá de la voz de la Laura Gallego
Poquito a poco, como cantaría el Arrebato, nos estamos acostumbrando a una serie de restaurantes sin mantel en las mesas y con mucho pan con semillas de todo tipo. Pareciera que tuvieran una carta de panes como en tiempos las hubo hasta de aguas minerales, que un caballero maestrante rojo (sí, han leído bien) la pedía con mucha solemnidad mientras dejaba caer las gafas por su prominente tabique nasal para leer de cerca el menú:“¿Me trae la carta de aguas, por favor?”. Cuando hay muchos tipos de panes con semillas varias, blancos, morenos, tostados, amarillos por efecto del maíz, con lascas de aceitunas y otras delicias, hay necesariamente que ponerse en jaque, como cuando uno viaja donde no han estado los romanos antes. ¡Cuidado! Muchos panes suele ser señal de comer mal y en raciones escasas, es una característica propia de sitios donde “se viven experiencias, se maridan sabores, se cotejan texturas y se estrenan sensaciones”. Usted al final no parará de pedir pan y más pan hasta que pierda el decoro y le ruegue al camarero que le deje las piezas de dos en dos, como las parejas de la Guardia Civil. Porque el servicio es tan lento que le da por atacar el pan como si no hubiera un mañana, pieza de pan que por supuesto está directamente encima de la mesa. Ni platillo ni nada que se parezca a un cesto. Estos restaurantes de experiencias proliferan con unas alegres decoraciones con las que alguien se ha forrado vendiendo esas lámparas de paja propias de chiringuito pretencioso.
Son negocios creadores de auténticos panívoros. Las mesas están tan próximas unas de las otras que, además, puede usted seguir las conversaciones ajenas. Valor añadido se llama mientras, naturalmente, no deja de yantar pan porque los palitos de zanahorias o remolacha del aperitivo de cortesía ya se los zampó o se le quedaron secos. En el cubito de los fingers de verduras puede apoyar el tenedor usado para que no entre en contacto con la mesa desnuda mientras le traen el segundo plato a repartir en tantas diócesis como comensales. De un denominado en la carta como “plato” de ensaladilla se han visto sacar cinco poquitos para cada comensal. Si hacen un cálculo es menos de un 20% del “plato” para cada uno. Nunca falta el que proclama:“¡Buenísima!”. Y mucho peor es el reflexiona mientras se tapa la boca con una mano al comer y mueve el tenedor por el aire con la otra como si fuera echarle un lazo a un perro callejero:“Teníamos que haber pedido dos al menos”. ¡A comer pan con semillas! Del vino en estos restaurantes ni les cuento. Con suerte les tocha un chatito por cabeza. Pidan una cerveza que siempre es individual. Y que le traigan más pan con la segunda.
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