El cuento del Día de la Felicidad

La aldaba

Hay fechas estúpidas que solo sirven para que algunos psicólogos de perfil comercial tengan su minuto en la televisión

El cinismo de Pedro Sánchez en Dos Hermanas

De bufanda y bengala en la Moncloa

Un café bajo en un día de lluvia
Un café bajo en un día de lluvia / M. G.

21 de marzo 2025 - 04:00

Ha pasado el día de la felicidad. Se supone que cada 20 de marzo nos conciencian acerca de la importancia del bienestar personal en general. No sabemos la utilidad de semejante conmemoración, salvo que para que un par de psicólogos de perfil eminentemente comercial tengan su minuto en el tramo final de los informativos y nos digan que debemos sonreír, no quejarnos y no criticar. ¿Qué es la felicidad?, preguntan los reporteros a la gente a pie de calle. Pero tal vez deberían preguntar por el concepto oficial de felicidad, que forma parte del marco mental que obliga a difundir las fiestas y viajes por las redes sociales, retratar los platos de comida que nos vamos a jamar como si fuéramos carpantas en la época del hambre y enumerar las botellas de carbónico francés o de ginebra del Puerto de Santa María que han caído en el último fiestorro. Si usted no cultiva ninguno de esos hábitos es que no es feliz en función de los cánones impuestos por los aficionados a la foto con copa en la mano, preferentemente un catavino. Es más, puede ser tildado directamente de avinagrado. Nos dicen que durmamos bien, ¡toma claro! Que evitemos a las personas tóxicas, que sigamos hábitos saludables como las caminatas o los alimentos ricos en fibras, que hagamos hueco cada día para unos minutos de relajación con respiraciones hondas (inspire por la nariz y espire lentamente por la boca).... Es realmente entrañable cómo en el fondo nos instan a crearnos nuestra propia cápsula, fabricarnos una suerte de auto-exilio para protegernos.

Mire usted, que diría Felipe González, en el día a día hay que luchar contra traidores de guante blanco, cientos de mensajes que llegan al teléfono móvil que no son más que ruido o directamente basura, presiones de diversa índole en función de la actividad laboral de cada uno, noches en las que se duerme peor o mejor, los vaivenes del estado anímico que son absolutamente naturales, el desgarro momentáneo pero recurrente del recuerdo de los seres queridos cuando uno ya superó los años en que nadie nos faltaba, como decía Pessoa; la falta de educación de muchos vecinos, la tristeza que es igual de natural que la alegría, etcétera. No nos cuenten milongas sobre la necesidad de evadirnos o sonreír las 24 horas del día, porque el personal no se puede permitir vivir en una burbuja. Existe la muerte, la melancolía, la frustración y el aburrimiento, como la juerga, las carcajadas, la ilusión y el entusiasmo por una buena noticia. La felicidad está en las cosas sencillas. Ayer mismo en tomar un café bajo un toldo mientras llovía a cántaros sobre un firme de adoquines. No hizo falta más. Ni siquiera hizo falta sonreír. La sonrisa iba por dentro, como todo lo auténtico.

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