Gafas de cerca
Tacho Rufino
Nuestro maravilloso Elon
Para comprender la convulsa historia de la España de los años treinta del pasado siglo, hay que hacerlo con desapasionamiento y mirando objetivamente los hechos y las circunstancias políticas, sociales y culturales de la época. La irrupción de las doctrinas totalitarias donde el corporativismo de Estado era la consigna, llegó a su máximo auge en la primera mitad de ese siglo, con la consolidación del comunismo soviético y sus ramificaciones internacionales y con la llegada al poder del Fascismo en Italia, se cumplen ahora 100 años de la Marcha sobre Roma, y sus versiones en otros países, como sería la Alemania nacional-socialista.
Movimientos que pretendían sustituir, cada uno a su manera, aunque ambos coincidían en la legitimación de la violencia para conseguirlo, al que consideraban caduco e injusto sistema capitalista de las viejas democracias liberales.
El vanguardista Ernesto Giménez Caballero, introductor de las ideas fascistas en España, impresor, editor, cinéfilo pionero y aglutinador en su revista, La Gaceta Literaria, de destacados literatos, tanto de la Generación del 98 como de la del 14 y del 27, nos relata como en su taller de la calle Canarias de Madrid, uno de los primeros en levantar el brazo con el saludo a la romana fue el poeta gaditano, Rafael Alberti.
Tiempos de oscilaciones ideológicas, de convivencia cultural de unos personajes que coincidían en locales madrileños como el restaurante vasco Or Kompón, la sala de la Ballena Alegre o en las copas de Bakanik, en este último coincidieron Federico y José Antonio, así, ambos conocidos por el nombre de pila.
Luego, por desgracia, se polarizarían las posturas. A José Antonio le mataban en la calle a los adolescentes que voceaban el periódico de Falange. Después, La Pasionaria amenazaría de muerte a Calvo Sotelo en el mismo Parlamento, sin rubor ninguno y cumpliéndose después la amenaza. Para entonces José Antonio ya estaba en la cárcel, muchos meses antes de que estallara la guerra abierta. Él ya no saldría de prisión sino como un cadáver que sería echado en una fosa común del cementerio de Alicante, tras ser fusilado en un remedo de juicio. Con Lorca, ya muerto también, no podría tomar otro whisky en Bakanik.
Pero los huesos del líder falangista no encontrarían reposo hasta después de terminada la Guerra Civil. Dos traslados más de sus restos, hasta encontrar una sepultura en el Valle de los Caídos, enterramiento de muertos en ambos bandos, aunque él no combatió, fue asesinado, como tantos españoles, en una de las dos retaguardias.
El actual Gobierno de España, con una coartada más para distraer a la opinión pública de los temas importantes sin resolver, quiere de nuevo mover el cadáver del que sus antepasados políticos mataron. La familia Primo de Rivera ha pedido permiso para su traslado en la intimidad, con un comunicado que muestra su sentido común, elegancia y cordura en esta España de descerebrados que nos ha tocado soportar.
Ni la sordidez del primer indigno entierro en Alicante, ni la parafernalia de himnos, antorchas y uniformes del traslado al Escorial a hombros de los falangistas cruzando España a pie. Un discreto entierro para que el joven abogado, que quiso que la suya fuese la última sangre española derramada en discordias civiles, descanse por fin en paz. Ojalá pueda tomarse esa copa tranquilamente con Federico en el bar de la Eternidad.
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