La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
Escribió don Ramón de Campoamor y Campoosorio: “En este mundo traidor/ no hay verdad ni mentira./ Todo depende del color/ del cristal con que se mira”. Sobre esa falsilla (en los dos sentidos), propuse una variación verdadera: “Se propasó Campoamor:/ verdades hay y hay mentiras./ Mas tú pones el color/ del cristal con que las miras”. Entre el subjetivismo absoluto y el objetivismo frío, la verdad –in medio, virtus– es creativa y, en el tono al menos, depende de uno. “Cuando mis amigos son tuertos, los miro de perfil”, dijo Joseph Joubert. Es una variación del clásico vaso medio lleno, y obsérvese que la expresión “vaso medio lleno” conlleva el reconocimiento implícito, pudoroso, de la existencia del mismo vaso medio vacío y que el perfil de vista nítida implica dejar conscientemente al otro lado el perfil digamos pirata.
Hago el esfuerzo de seguir a Joubert en la voluntad de estilo y en el estilo de la voluntad, pero a veces resbalo a lo tuerto. Entonces me reconducen. En esta ocasión es bonito, porque me recondujo un amigo que alguna vez ha bromeado sobre (contra) mi tendencia a escoger colores pastel para mirar las verdades y mentiras del mundo.
Precisamente conducía: había venido a recogerme a casa. Casi nunca protesto de los veraneantes, a los que el Puerto debe tanto y que son, en ingentes cantidades, muy buenos amigos, conocidos y saludados. Pero, en un momento de debilidad, advertí al conductor que había que conducir con cuidado. Tantísimo coche estival aparcado a un lado y otro de mi otrora tranquila calle de doble dirección dejaba espacio apenas para circular. Mi calle ya no era tranquila pero seguía siendo de doble sentido. Eso crea situaciones de riesgo.
El conductor recondujo mi protesta de un volantazo dialéctico. En su pueblo pasa lo mismo todo el año, pero eso fortalece los lazos comunitarios. Los chóferes se piden disculpas, se dejan galantemente el paso, frenan, dan marcha atrás y se apartan; y los peatones ayudan con generosas gesticulaciones. La prisa, que es uno de los males de nuestro tiempo, se remansa a la fuerza en esas callejuelas sobrepasadas y peligrosas.
Me convenció. Como todavía queda la mitad de agosto por delante (por fortuna), ahora también disfrutaré muchísimo el lento y laberíntico tránsito por mi calle, entre zigzags, frenazos, acelerones y apologías a diestro y a siniestro. De nosotros depende el color del cristal con que nos miramos.
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