La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Minerva, la diosa del gobierno local
DE POCO UN TODO
PAREZCO Zapatero. Estoy dispuesto a negar la crisis, aunque sólo sea la que hoy traigo entre manos, y eso que ya había pensado el primer párrafo del artículo. Sonaba así: "Como no teníamos crisis de sobra, parió la abuela. O mejor dicho, el abuelo. Ayer cumplí -hoy, que lo escribo, cumplo- años y, por tanto, entré de lleno en la única crisis que me faltaba: la de los cuarenta".
La obertura, no me lo negarán, servía; y de paso le habría parecido bien a Bibiana Aído, con ese chistecillo paritario del abuelo gestante. Sin embargo, la verdad ante todo: no me siento en crisis, sino normal, tirando a contento. Aunque no tanto como para decir, Dios me libre, que la vida empieza a los cuarenta. Primero, porque uno lleva siglos defendiendo que la vida comienza en el momento mismo de la concepción y dura hasta la muerte y más allá. Y segundo, porque cuando se celebra un cumpleaños se celebran y agradecen los años cumplidos, uno tras otro.
Algunos síntomas de la crisis los padezco, eso sí, y desde hace meses. Por las mañanas me duele todo: los huesos, la cabeza, la espalda, el estado de la enseñanza y el de las Autonomías. Tengo vista cansada y mi mujer ha visto, con la suya de lince, que me están saliendo canas. Noto el peso de las crecientes responsabilidades y de la dichosa curva de la felicidad (también creciente) y de penas más sutiles. Pero no está mal. Si no afrontara ciertos sinsabores, dificultades y peligros, perdería mi derecho a repetir de ancianito la frase de san Agustín que más me gusta: "Es malo sufrir, pero es bueno haber sufrido".
Por otra parte, como proclaman las revistas, lo de los años es un asunto relativo que depende de las perspectivas. Hay quienes nos explican sin descanso -a partir de una edad- lo jóvenes que se sienten y que todo es mental. En cambio, Isak Denisen, la encantadora baronesa Karen Blixen de Rungstedlund, decía de sí misma: "En realidad tengo 3.000 años y he cenado con Sócrates", y la Princesa Bibesco se lamentaba: "La caída de Constantinopla es una desgracia que me sucedió la semana pasada". Yo, faltaría más, estoy de acuerdo con las damas. La cultura vivida y la memoria son un viaje al pasado que ríete tú de la ciencia ficción.
Eso mirando para atrás; mirando hacia delante, tengo un enorme interés en seguir cumpliendo años a este buen ritmo. La única precocidad que me recuerdo es que, desde muy pequeño, me di cuenta de que nunca sería precoz. Más tarde, le leí a Menéndez Pidal que España es un país de frutos precoces o tardíos, y, barriendo para casa, puse mis esperanzas en fructificar de viejo. Así que aquí estamos, pues, madurando.
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