Carlos Colón

No crecen árboles en Los Pajaritos (I)

LA CIUDAD Y LOS DÍAS

20 de agosto 2009 - 11:46

EMPEZÓhace muchos años la larga tragedia del joven de Los Pajaritos que se mató en la barbacoa del Carranza, que como todas las tragedias es también la de su entorno social, la de su aún joven madre (que en dos años ha perdido a su hijo, su marido y su madre), la de su jovencísima compañera y la de sus dos hijas de cuatro y de un año. Su muerte fue casual, pero las condiciones de su corta vida fueron causadas por una suma de factores políticos, sociales, económicos, educativos y culturales que –unos por omisión, otros por acción y todos interactuando– condenan a sectores sociales crecientes y a los barrios en los que viven a una marginalidad parcial o total. Es una situación que hoy se acepta como inevitable, al igual que las epidemias de la Edad Media. Y lo peor es que se trata de algo creciente: mientras los barrios marginales se hunden en una barbarie y un abandono difícilmente remediables, desconocidos hasta no hace mucho entre nosotros, los barrios modestos y trabajadores se deslizan imparablemente hacia la marginalidad.

Hace cuarenta o cincuenta años, en el mismo barrio en el que vivía esta joven víctima de sí mismo y de este estado de cosas, una minoría de católicos, de comunistas, de socialistas y hasta algún falangista obrerista trataban esforzada y arriesgadamente –porque lo hacían bajo la dictadura– de mejorar las condiciones de trabajo y de vida a través del compromiso y la militancia. Junto a ellos, aunque “sin señalarse”, lo hacía una mayoría de trabajadores que sacrificaban sus vidas para que las de sus hijos, gracias al esfuerzo y el estudio, fueran mejores que las suyas. No trazo un cuadro idílico nacional-sindicalista, como los que nos presentaban en las clases de Formación del Espíritu Nacional; constato una realidad. Había carencias, y graves. Se pasaban estrecheces, y muchas. Se sufrían injusticias, y había que callarse. Algún hijo o alguna hija salían descarriados. Pero las condiciones de vida eran, como mínimo, dignas. Y las posibilidades de superación existían al final de un camino de esfuerzo que pasaba por la cualificación profesional, las escuelas de peritos, las universidades laborales y a veces por la universidad. Y sé tanto de lo que hablo como de quién lo hago.

No era mérito del franquismo ese estado de cosas. Un joven de familia trabajadora de la Europa desarrollada o de los Estados Unidos tenía ante sí estas mismas posibilidades y muchas más. Abiertas por unas condiciones sociales que hacían posible esa mentalidad de superación a través del esfuerzo que Betty Smith retrató en Un árbol crece en Brooklyn. Continuará.

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