¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Esplendor del Palacio Real
La sublime imagen de la Inmaculada Concepción conocida como La Cieguecita fue tallada entre 1629 y 1631 por el escultor y ensamblador de retablos jiennense Juan Martínez Montañés, presente ya en Sevilla a los catorce años y fundador a la veintena de un taller del cual saldrían grandes creaciones y discípulos. Los orígenes de su gestación se remontan a la fundación de una capilla funeraria con capellanía, adosada al trascoro de la Catedral de Sevilla, por el matrimonio formado por el jurado Francisco Gutiérrez de Molina y Gerónima Zamudio. El esposo fallece en 1627 y es enterrado en la capilla, encargando su viuda a Montañés el diseño de un retablo y la talla de sus esculturas, presidido por una Inmaculada. El imaginero cae enfermo a mitad del proceso creativo, siéndole imposible cumplir el plazo de entrega y estableciéndose un pleito que se resuelve con la prórroga del contrato. El exacerbado interés mostrado por el genio alcalaíno en acabar su obra queda contenido en sus propias palabras: “Será una de las primeras cosas que haya en España y lo mejor que el susodicho haya hecho”; manifestado en un tiempo en el cual el artista, reconocido como el “Dios de la Madera” o el “Lisipo Andaluz”, había esculpido ya obras cumbres de la imaginería española como el Cristo de la Clemencia o el Nazareno de Pasión. Antonio Moreno Vilches, cosmógrafo de la Casa de Contratación de Sevilla y literato, proclama en 1631: “Es la imagen la primera cosa que se ha hecho en el mundo, con que Juan Martínez Montañés está muy envanecido”.
La deslumbrante Cieguecita muestra un pausado clasicismo impregnado de naturalismo barroco, y servirá de arquetipo iconográfico virginal a excelsos artistas como Murillo o Alonso Cano. La espléndida talla de 1,64 m en madera de cedro procede en exclusiva de la gubia de Montañés, como queda reflejado en una de las claúsulas estipuladas: “Así la talla como la escultura fuese de su mano sin entrometer en ello oficiales que le pudieran ayudar”. Queda flanqueada en el magistral conjunto artístico del retablo por dos esculturas y cuatro relieves de santos, corriendo la policromía a cargo de Baltasar Quintero y Francisco Pacheco, autor este último de las pinturas de los patronos en el banco. El finiquito formalizado en 1631 define un precio de tres mil setecientos ducados, lo cual subraya la reconocida maestría de la que disfrutó en vida Martínez Montañés. La Cieguecita recibe este sobrenombre por el entornado de sus ojos almendrados, con las manos unidas por las yemas y ligeramente inclinadas hacia la izquierda. El modelo tomado por el maestro se basa en la visión apocalíptica de San Juan, con una luna a sus pies y portando en la cabeza una diadema con doce estrellas que simbolizan las doce tribus hebreas del Antiguo Testamento. Trasluce una idealizada dulzura, una expresividad contenida potenciada por el reposo de sus pies ocultos sobre una nube con tres querubines que favorecen la impresión de que la figura flota en el aire.
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