La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Los calentitos son economía productiva en Sevilla
Al parecer, El Coronil aspira a ser el pueblo elegido –no estorbes Israel– por la marca Ferrero Rocher para su anuncio de Navidad. Ha de pasar aún un filtro por fases, del que sólo quedarán cinco pueblos aspirantes. Dulce por lo menos será la espera, hasta que se sepa el nombre del pueblo ganador el próximo e inmaculado 8 de diciembre. Coincidirá, miren por dónde, con la Magna capitalina, ese gran show casi pagano e idolátrico cuyo destello es lo más parecido al del papelillo cuqui y dorado de los bombones de Ferrero.
Si se trucara el título de la novela de García Márquez, podría decirse eso de que El Coronil sí tiene quien le escriba (robo el hallazgo al colega gruñón Manuel J. Lombardo, tan citado aquí ayer). Quiero decir que Ferrero Rocher le ha escrito a El Coronil para decirle que se acuerda de él y que podría hacerlo feliz. Debe ser verdad que el espíritu de la Navidad llega como heraldo de estela de oro en polvo. El Coronil aún lo asocia uno con la distopía jornalera que pedía el fin de la propiedad y el agro autogestionado entre caminatas y ocupaciones por los campos. Pero ahora, hasta la otrora aldea gala de Diego Cañamero, llegan los bombones repijos de Ferrero que antaño anunciara Isabel Preysler, socialite de ayer y momia de hoy. Cierto es que la publicidad de Ferrero Rocher ha cambiado el perfil. Pero la sombra de la Preysler es alargada y es como si ahora, pese a lo extemporáneo, la aristocracia más untuosa quisiera sentar a su mesa a los obreros del campo del cura Diamantino, lo que recordaría a Viridiana y a aquella santa cena hosca y baturra de Buñuel, con sus solanescos mendigos y muertos de hambre haciendo de apóstoles. La ultraizquierda fósil andaluza dirá que El Coronil ha vendido la histórica hoz del pueblo por los bombones del consumismo capitalista. Pero el alcalde socialista del lugar, José López Ocaña, se muestra encantado. De hecho compara El Coronil con un bombón de Ferrero, que brilla por fuera (castillos, serenos paisajes, patrimonio) y por dentro guarda lo mejor de sí (hospitalidad y alegría). El CEO de Ferrero ha debido seguir el mágico rastro que lleva a los terruños de la sierra sur sevillana, cuyos predios señalan la frontera del agro hacia las lindes de Cádiz. A primeros de año, El Coronil ya había sido elegido como uno de los Pueblos mágicos de España. Llega pues ahora la supuesta magia navideña –sea esa emulsión lo que sea– sobre un halo mágico ya previo. De ser elegido el pueblo por Ferrero, El Coronil sí tiene quien le escriba sería todo un cuento de Navidad. Suerte.
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