Crónicas levantiscas
Juan M. Marqués Perales
Juanma, Vox y Morante
Aprovecho el cincuenta aniversario de la victoria de la flebitis sobre Franco para recordar a don Claudio Sánchez Albornoz: conservador, católico y republicano. Don Claudio se negó siempre a venir a España hasta que el dictador gallego no muriese. Sin embargo, su némesis, también gran historiador y republicano don Américo Castro, no pudo soportar el desgarro de vivir lejos de la patria y falleció en Lloret de Mar en 1972. Para ambos, que mantuvieron durante décadas un enconado debate sobre la historia de España, todo el honor y el respeto.
Estaría bien que en estos días de memoria infinita se recordasen las palabras que don Claudio le dijo a los periodistas recién pisado el amado suelo de su patria, tras cuarenta años de exilio y Franco en la caja. Pocos llamamientos más sinceros y emocionantes se han hecho en favor de la reconciliación nacional. ¡Él, uno de los pocos demócratas sinceros que hubo en aquella II República y que tantos motivos podía tener para exigir reparaciones! Ahí están sus palabras, en el archivo histórico de RNE. Deberían ponerlas en bucle. Don Claudio, en un momento dado, afirma: “Y que conste que lo único que tengo de rojo es la corbata”. El autor de España, un enigma histórico y presidente de la República en el exilio entre 1962 y 1971, era un confeso anticomunista. Otros católicos republicanos no lo fueron tanto. Es el caso del inclasificable José Bergamín, que dijo aquello de “con los comunistas, hasta la muerte, pero ni un paso más” (cito de memoria).
Perdón por esta disgresión histórica. En realidad yo quería hablar de las corbatas coloradas. Y de las otras también. No sólo de la de don Claudio, sino también de las de los empleados del Banco Santander o de las de los munícipes socialistas de los ochenta. Algunos han convertido la corbata en una seña identitaria o peloteril. Desde los clubes ingleses con más solera hasta las multinacionales con mayoría de empleados evangélicos. ¿Qué mejor manera de quedar bien ante el jefe que luciendo una con los colores corporativos de la empresa? Un ejecutivo me contó con placer sádico que el jerarca de unos grandes almacenes le preguntó en cierta ocasión a uno de sus subordinados que dónde había comprado la corbata tan bonita que llevaba, a lo que el desgraciado contestó: “En el aeropuerto de París”. El líder lo fulminó con la mirada: “Que yo sepa no tenemos allí tienda”. En fin, historias de corbatas.
La corbata no sólo es una prenda que denota respeto o elegancia, también puede evidenciar sumisión y peloteo. Tenemos el reciente caso de Trump. ¿Vieron la cantidad de corbatas rojas, sus favoritas, que había en su ceremonia de toma de posesión? Esperen unos meses. El mundo se va a llenar de corbatas coloradas. Yo mismo tengo una con unos dibujos de una batería de montaña, con sus mulos y artilleros. A ver si la busco en el armario. Por si las moscas.
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