¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
El placer de lo público
No se sabe estos días de mascarillas y manos ultralimpias si se sufre una mayor tortura con el telediario o leyendo los mensajes que los contagiados publican en las redes sociales o te envían directamente al teléfono. Hay ocasiones en que te provocan una verdadera angustia y parece que te vas a encontrar con el bicho en la siguiente esquina. Te cuentan de uno que murió en una semana, de otro que se pasó mes y medio ahogado, del vecino que casi coge la manigueta de la Canina y no la suelta y del que se ha sacado el abono de la UCI. ¿Y qué me dicen de los que se han curado pero han perdido la memoria, se sienten todavía hechos una piltrafa y sufren secuelas en los riñones y hasta el hígado? Historias para no dormir la... siesta. Por eso da tanta alegría ver a un señor con todas sus letras haber superado la enfermedad y estar de nuevo de donde nunca debió faltar. Su despacho de abogado y su velador dominical donde se toma el aperitivo en compañía de sus hijos y amigos. Se trata de don Manuel Cossío, santanderino de la quinta del 38 que forma parte del cortejo de ilustres despistados de la ciudad. Sabemos que las ha pasado canutas, pero que ha luchado contra el virus como un jabato. Y ha vencido. Por eso da tanta alegría saber que ha vuelto a su copa de tinto antes de almorzar en la taberna LaFresquita, la que un macareno como Pepe montó hace tres décadas en el tramo tranquilo de Mateos Gago, que es el segundo, el de la parroquia. No están ya los adoquines bonitos en la calle, pero ha retornado don Manuel de vigía dominical bajo el sol suave de este invierno, con su corte de patricio romano, con esa edad que lo convierte en sede de la sabiduría, pareciendo que no se da cuenta de nada, pero está al loro de todo. Salió del hospital como tantos otros que suponen un motivo de esperanza en estos meses de muertos y más muertos. A veces parece que no existen los pacientes que se han repuesto, tal es el bombardeo de malas noticias, pero al igual que cada vez conocemos más contagiados, también los hay de todas las edades que han sanado. Y ahí están. De nuevo metidos en la vida cotidiana, como este Cossío que forma parte del paisaje urbano de esa calle Castelar donde está ese bufete que tiene una puerta discreta en la otra fachada desde la que se alcanza el Ventura, idóneo para el café de media mañana. Cuando se vengan abajo por el coronavirus, sepan que hay quien ha vuelto a su vida cotidiana con más de ochenta años. Después de sufrir, claro. Porque en esta vida hay que sufrir, tanto como disfrutar con elegancia y serenidad de una copa de tinto a mediodía. Y siempre bien acompañado.
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