La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La lluvia en Sevilla merece la fundación de una academia seria
La aldaba
En Sevilla pasan cosas inimaginables. Fenómenos extraños por los que el tieso parece un acaudalado y el hombre de meritoria fortuna está recogido en el burladero de la discreción. El empresario que genera verdadera riqueza está sentado en la bulla de una terraza de veladores cuando de pronto se exhibe por la pasarela del carril central un tieso perfectamente ataviado tal que si fuera miembro de la Diputación de la Grandeza de España. El tieso se equivoca precisamente en ir emperifollado sin faltarle un perejil en lugar de lucir algún agujerillo en la tiradora (modelo diputado de cultos) o de presumir del desgaste del brillito en las coderas en la chaqueta de Galán de la temporada de 1999. Los que “siempre han tenido” no esconden el efecto del paso del tiempo en las prendas, muy al contrario las consideran señales de autenticidad y timbres de gloria. Un agujero deshilachado junto al bolsillo cerillero de la chaqueta, provocado por aquel enganche con el pestillo astillado del urinario de la caseta de Pineda, es como una medalla al mérito civil. Lo viejo es lo auténtico y tiene valor. Lo nuevo revela la denostada ostentación. Ocurre como con determinados solares de la ciudad, que se pasan años y años como un cementerio sin tumbas, con su uso industrial, con edificios abandonados sin actividad alguna y de pronto, ¡zas!, se consideran terrenos para usos terciarios y vengan hoteles y bares. ¿Qué ha pasado? Que un borrico se ha ahogado. No, que ha intervenido uno de los del grupo Los de Siempre, que no tienen absolutamente nada que ver con mis dilectos componentes de Siempre Así.
Los de Siempre son esos que se venden como desatascadores de procesos interminables, varados o directamente oxidados en la Gerencia de Urbanismo de turno, sea de Sevilla, Málaga o Córdoba. Por una módica cantidad firmada en convenio (suele ser genial la cita reiterada que alude al bicho de turno como “en adelante el conseguidor”), el de siempre levantará el teléfono para llamar al alcalde, edil mediocre o gerente dadivoso y promover la recalificación exprés del solar, la licencia de actividad y apertura, el visto bueno a unas atracciones, etcétera. Son las cosas inimaginables de la ciudad que avanza a golpe de exposiciones universales y a golpe de tipos que son capaces hasta de rentabilizar su ruina. La gran verdad de Sevilla está en sus mentiras aceptadas. Por eso es imprescindible una degradación de la vida pública (de políticos, dirigentes civiles, cátedras, hermanos mayores, etcétera). Para que todos convivan en armonía tras igualar por abajo. El palo siempre está dispuesto contra el que destaca. Hay solares para todos. El conseguidor ha llegado a sus vidas como el tapicero a su ciudad. Ahora pasarán el cestillo para pagar a los gitanitos que vienen a cantar. Ni con ese gasto corren para agradar a sus invitados.
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