Monticello
Víctor J. Vázquez
El auxilio de los fantasmas
En el bar del Parlamento catalán ya no se podrán comprar conguitos. No porque se hayan dejado de fabricar, sino porque los responsables del bar –se trata de una contrata– han decidido no hacerlo ante los comentarios de varios clientes, contrarios a que se vendiera un producto de connotaciones racistas.
Para quien desconozca los conguitos, son bolitas de cacahuetes cubiertas de chocolate, que se venden en bolsas en las que aparece un personaje infantil con rasgos africanos, redondo y de color marrón.
La obsesión de los políticos actuales de controlar cada una de nuestras decisiones, en cualquier aspecto, empieza a ser insoportable. Si no lo es ya. Se trata además de políticos que presumen de progresistas, pero que empeñados en llevarnos por el buen camino llegan al ridículo, sobrepasan con mucho los límites del disparate.
Es posible que la imagen del conguito sea racista, aunque solo para quienes tienen una visión permanentemente turbia de todo cuando ocurre a su alrededor. Es difícil pensar que a un crío, o a un mayor, les pueda provocar pensamientos oscuros, racistas, un dibujo de conguito, hasta el punto de que personajes con espíritu censor con apenas dos dedos de frente, pretendan salvarle para que no caiga en las redes del mal y se convierta en un xenófobo racista.
Esta España de Sánchez está sentando las bases para crear una sociedad enferma. Una sociedad constreñida, miedosa por cometer falta si piensa libremente, si tiene criterio propio, si defiende ideas que no se corresponden con las de la mayoría. Una sociedad que, con el argumento de defender lo “políticamente correcto” está siendo educada en la represión y la falta de espontaneidad, en ver suciedad donde no la hay,
¿Deberían los responsables de la marca plantearse el cambio de la imagen de su producto? Pues habrá quien piense que sí, pero sería mejor que a cualquier ciudadano o empresa se les permita actuar y decidir en libertad, siempre que cumplan la ley y no ofendan a sus semejantes. Cuesta creer que la marca Conguitos sea ofensiva. Millones de españoles los han consumido sin tener la sensación de burlarse de sus semejantes de países africanos. Hasta ahora. Que dé un paso adelante quien se sienta herido en su sensibilidad. Pero que no sea un diputado o funcionario catalán mentalmente tan enfermo que se queja de que en el bar se vendan bolsas de conguitos junto a las de patatas fritas.
Como si no hubiera problemas suficientes como para que los gobernantes les dedicaran una mínima atención, nos encontramos ahora con la retirada de un producto muy popular, con décadas de historia, porque alguien ha protestado en el bar del Parlamento catalán y han decidido retirarlo.
Nos indican qué es aceptable, qué hábitos o productos deben ser desterrados en función de la tendencia política de quienes los promueven, qué autores y actores deben ser respaldados y cuáles condenados al ostracismo. Con este Gobierno de izquierda progresista estamos perdiendo libertad a chorros.
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