La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Los calentitos son economía productiva en Sevilla
Tras haber sido designado pregonero de la Semana Santa de Sevilla de 2025, algunas personas me han preguntado: “¿Y usted va a seguir escribiendo en el Diario?”. Y otros: “¿Y va a contarnos algo del pregón en sus artículos?”. A la primera pregunta, la respuesta es sí. A la segunda pregunta, la respuesta es no. He sido hermano mayor de la Hermandad de la Soledad de San Lorenzo y soy consejero de Sacramentales del Consejo de Hermandades y Cofradías, y tengo bastante asumida la diferencia entre la profesión y la devoción. No obstante, también entiendo que el pregonero de la Semana Santa debe escribir con cuidado, pues podría ser prisionero de sus palabras. No obstante, en este artículo (y sin que sirva de precedente) voy a referirme al pregonero.
Sólo han pasado cinco días desde que me nombraron, y ya me he dado cuenta de que existe un antes y un después de ser pregonero de Sevilla. Escribió José María Izquierdo que Sevilla es la ciudad de la gracia, aunque la gente piensa que es la ciudad de la guasa. Y también de la ojana. Sin embargo, yo, que suelo llevar el detector de ojana en permanente estado de alerta, he llegado a otra conclusión: Sevilla es la ciudad más generosa del mundo. Sevilla es capaz de darte su cariño a cambio de nada. Todavía no he escrito ni media línea del pregón, y ya me están felicitando por lo bien que supuestamente lo voy a hacer.
Algunos pensarán: “Eso se lo dirán a todos”. Y puede que sea verdad, pero revela que abunda una gran generosidad. A mí me han felicitado no sólo hermanos, compañeros y amigos, sino hasta políticos a los que he criticado más de una vez. Y eso es bueno, porque el respeto, la educación y el afecto no se deben perder, ni siquiera en la política. Todos somos hijos de Dios, también los políticos. No hace falta ser desagradable.
Un señor me dijo: “A mí no me atrae la Semana Santa, pero usted se merecía ser pregonero”. Con esto me sugería que el pregonero tiene una oportunidad de llegar incluso a los que rechazan la Semana Santa, incluso a algunos de los que son ateos. No es sólo una responsabilidad añadida para el pregonero, sino para los cofrades en líneas generales. Pues hay muchos que están deseando convertirse, creer, y no lo saben, o no se atreven.
La Semana Santa es la historia de la Vida que derrota a la muerte, del hombre que espera ser eterno. Pero necesitamos la fe para creer. Todos hemos tenido dudas alguna vez; aprovechemos que en Sevilla basta con darte una vuelta por San Lorenzo para que se te quiten.
Y ya no sigo, porque se me acabó esta columna sin azotes, y sólo puedo decir una palabra: gracias.
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