¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Esplendor del Palacio Real
En España hay tantos federalistas como cercetas pardillas. Más allá de los ámbitos del Derecho y de la intelectualidad relíctica de los partidos, el federalismo carece de militantes, a pesar de que sus formulaciones resuelven muy bien el cierre de nuestro modelo autonómico, un proceso sin final porque está expuesto a los jalones de los nacionalistas. Es el cuento de nunca acabar de las liebres catalana y vasca, que desean diferenciarse del resto, y las tortugas que las persiguen porque quieren ser como las que más.
Y si hay pocos federalistas –ya digo, como las cercetas pardillas–, los confederales son como el pájaro dodo, una especie llamada a la extinción por su propia inanidad, porque en la España plurinacional sólo creen quienes se quieren separar del Estado y ya se sienten, emocionalmente, independizados. Por eso el confederalismo es poco más que una ameba constitucional, no hay países confederados en el mundo, ni siquiera Suiza lo es.
Seguir la senda que marcan los independentistas sólo lleva a la extinción, y eso vale para las izquierdas y para el PSOE. Con o sin Pedro Sánchez. Si el presidente dimitiese mañana, el sanchismo no llegaría al martes, sería otra víctima de una profecía cierta.
Esta futilidad es la que ha definido a Sumar y Podemos, ambos partidos ya barridos en los territorios históricos por las izquierdas soberanistas. BNG y Bildu se han tragado a Podemos a la vez que a Sumar no le ha dado tiempo ni nacer. En Cataluña son los comunes y en Valencia, Compromís, con lo cual el proyecto nacional de Sumar, que es confederal, es un absurdo. Y así lo está pagando la vicepresidenta Yolanda Díaz.
Izquierda Unida, que siempre ha sido una formación federal, ha señalado la nuez del problema de sus aliados confederales y se ha retirado de su dirección.
El esquema no es único de esta parte de la izquierda, la arquitectura de alianzas que ha hecho posible el Gobierno de Pedro Sánchez se sostiene sobre la impostura plurinacional. El resultado es que el PSOE es el tercer partido de Galicia y de Euskadi, que Junts, ERC y la CUP pueden reeditar una alianza en Cataluña y que el PSOE se encuentra al borde del abismo. Ahora, Puigdemont sí puede darle la puntilla y pasar a un escenario donde compita con el PP, su medio.
La amnistía terminará por aprobarse de un modo automático cuando regrese al Congreso desde el Senado a mediados de mayo. Conseguida la medida de gracia, Puigdemont tiene en su mano la decisión de seguir con otro presidente socialista –María Jesús Montero, por ejemplo– o provocar elecciones. De pájaro dodo.
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