Juan Luis Pavón

El comunismo patriótico

19 de septiembre 2012 - 06:43

PERDIÓ la Guerra Civil y ganó la democracia. Juventud de excesos y clarividente madurez. No supo ni comprender ni hacer la revolución que demandaba España con el advenimiento de la II República. Y fue precursor, y decisivo, en el periodo 1968-1978 para la reconciliación de los españoles y la europeización del país mediante una Monarquía parlamentaria donde lo importante no eran los Borbones sino los derechos y libertades. Tantos años de exilio, 38, bajo la pertinaz guerra fría EEUU-URSS, le llevaron a descifrar qué es lo importante y qué es lo superfluo en las ideologías y en la política. El Rey le debe a Carrillo mucha de su legitimidad democrática para hacerse perdonar que Franco le nombrara heredero, y para enmendar la plana a quienes vaticinaban que sería Juan Carlos El Breve. Por eso acertó al ir ayer con rapidez a su domicilio para dar el pésame a la familia.

Hoy se antoja incomprensible para los jóvenes que Santiago Carrillo fuera un mito del antifranquismo, y que el Partido Comunista, desde la clandestinidad, fuera el ejemplo a seguir por la mayor parte de los disconformes con la luz de El Pardo. Les recomiendo los libros de Manuel Vázquez Montalbán para entender aquella España rebelde del Contra Franco vivíamos mejor, y su cáustica definición de Carrillo: "Como político de Estado es cojonudo, un Churchill, pero como secretario general del partido es impresentable".

Ahora que la España política se empecina en tirarse al callejón de la cizaña y el cainismo, antes de que sea demasiado tarde hay que aplicar en el convulso presente la lección que dieron políticos como Carrillo para estar al servicio del pueblo más que al de su partido. Fue un comunismo patriótico que manejó con mano maestra en la Transición tremendas tensiones, pues la esperanza se topaba con los rencores y los miedos. Con el golpismo, el terrorismo y un paro galopante por la obsoleta autarquía económica que se desmoronaba. Basta recordar lo que fue 1977, desde el asesinato de los abogados comunistas de Atocha, hasta la firma de los Pactos de La Moncloa, para calibrar cómo Carrillo contribuyó a que se impusiera el interés general, encerrando bajo siete llaves los fantasmas del revanchismo.

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