La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
DE POCO UN TODO
ESCRIBIR columnas es una suerte. Hay muchos motivos, desde luego, pero no es el menor la posibilidad de mostrar mi desafecto a esta época. Un poeta dijo que escribía para que en el futuro no le confundiesen con la nada. Mucho peor sería que ahora nos confundiesen con nuestro tiempo. Un tiempo donde el derecho a nacer de los niños se ha transformado, ante la indiferencia casi general, en el derecho a eliminarlos. Qué privilegio poder gritar en público, alto y claro: "Denme de baja".
Pero esta satisfacción da miedo, porque podría parecernos suficiente. "Yo ya manifesté" -podría justificarme- "mi total desacuerdo por activa y por pasiva, y mi incredulidad de que tantos escogiesen la muerte (ajena), y mi indignación de que no dieran ni la presunción de inocentes a los inocentes más indudables que existen: los niños por nacer". "Repetí a tiempo y a destiempo" -podría excusarme ante mí mismo- "los argumentos médicos y morales a favor de la vida, asumiendo el riesgo de parecerle pesado a los lectores más susceptibles".
Pero ahora, ante el Congreso Internacional del aborto que se va a celebrar (porque lo van a celebrar) en Sevilla, se ve que esa postura de protestas periódicas por escrito no ha sido ni será bastante. Y se me ocurren dos actuaciones menos contaminadas de posible pose autocomplaciente y, por eso, más eficaces.
La primera: dar dinero a las organizaciones provida. Léon Bloy distinguía al amigo del que no lo era, porque les pedía 100 francos; y el primero o se los daba o sentía mucho no tenerlos, mientras que el segundo se deshacía en excusas y cómodos aplazos. Es un método bien interesante, no lo minusvaloren. Si el dinero es, además de medio de cambio, medida de valor, ¿qué mejor indicador de la importancia que damos a algo o a alguien? A la hora de votar o de discutir con alguien estaríamos más concienciados contra el aborto, sin duda, si nos costase dinero. Somos así.
La segunda actuación es encerrarse a rezar.
Nada de lo demás estará tan libre de las compensaciones de la autoestima. Lo comprometido de la literatura comprometida es que enseguida se convierte en un bálsamo para nuestra vanidad y en una hermosa pose de conciencia social.
Sin embargo, ya ven, aquí estoy escribiendo otra vez sobre el aborto. Es un tema tan sustancial que hay que luchar con todas las armas a nuestro alcance, incluso con las impuras. Pero no olvidemos esas dos acciones más perfectas a favor de la vida. No voy a perder más tiempo en corregir esta columna (lo que se notará, pero qué importa). Después de hacerla de un tirón, me tiraré al rezo y a tirar de cartera. ¡Viva la vida!
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