¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Maneras de vivir la Navidad
La aldaba
La educación está seriamente en jaque desde que los padres se han hecho con la posición hegemónica en el sistema. Los profesores son actores fundamentales, pero con pies de barro. A muchísimos papás y mamás no hay quien los aguante instalados en la queja en esos grupos de WhastApp que son un invento del diablo. A la administración complaciente con los progenitores persistentemente quejicas... todavía menos. Y si alguien considera que se trata de una opinión inflamada sólo tiene que recordar que en 2021 hubo que aprobar una ley andaluza para intentar preservar la autoridad del docente. Aquello recordó al selecto club donde hay que recordar que en el bar de la piscina no se puede permanecer con el torso desnudo. No hay mejor retrato de la actualidad que el de las prohibiciones de cada momento. ¿Y qué me dicen del elevado número de bajas de los profesores? ¿Son por tomar el sol en exceso? En el comienzo del curso escolar hemos apreciado colegios animados con globos, confeti, música y hasta payasos. Al parecer se trata de maniobras para endulzar el primer día clase, hacerlo más llevadero al revestirlo de un sobreactuado carácter festivo.
Uno jamás vio un globo el primer día de clase, ni oyó en casa pamplinas sobre la dureza del retorno al trabajo, ni requirió de maquillajes para camuflar el simple y sencillo sentido de la obligación, al igual que fue instruido en la importancia del ocio y del descanso. Un colegio lleno de globitos el primer día de clase es la enésima muestra del fomento de una generación blanda y débil. Es un ejemplo más de la renuncia a enseñar que existen derechos... y obligaciones. Y las obligaciones no son precisamente remar y sudar en una galera como esclavos de la Roma Imperial, sino sencillamente (¡ay, qué sacrificio!) acudir a clase en un colegio de una región desarrollada como Andalucía. Es como los curas empeñados en hacer de la misa una celebración "divertida". No hay que hacer de todo una fiesta. No sólo no es necesario, sino que resulta chocante. Estudiar no es divertido, ni tiene por qué serlo. Es un deber sin más. Enriquecedor, edificante y satisfactorio cuando hay vocación, pero hemos renunciado a enseñar el gozo del rigor, el bienestar que produce un sentido cristiano del trabajo, la satisfacción del objetivo cumplido. Esta sociedad convierte a los padres en amigos y el primer día de clase en un cumpleaños ruidoso de hamburguesería. Dos ejemplos de un fracaso lento, silencioso e implacable. Los psicólogos nunca culpan a los padres. Lógico. Son los que pagan la factura. Me refiero a la del psicólogo, claro.
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