La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Mi reino por una silla... en la Magna de Sevilla
ESTA Cuaresma ha sido más carnaval que otra cosa. Quizás se deba al violento reventón botánico de los últimos días, que ha disfrazado de reinonas drags a las bahuinias del Prado de San Sebastián, a los naranjos de Heliópolis, a los árboles de Judas de la Plaza de América... más lo que viene. Y luego está ese pópulo de Sevilla inquieto, con mono de pasos, yonkis del incienso y de las emociones primaverales. Solo hubo que pasear por el centro el pasado sábado para caer en la cuenta de que el fenómeno cofradiero en Sevilla está llegando a su punto álgido (después, imaginamos, vendrá la caída, como en la crisis de los 70). Nuestros ojos vieron asombrados la maravilla de gentes colocadas en las calles para ver un paso al que todavía le quedaba horas para llegar. Como si fuese la mismísima Macarena. ¡Pero un 16 de marzo! Y lo peor fue que, como en Esperando a Godot, parte del público no sabía muy bien qué estaban aguardando. Pero ahí estaban. Mayor devoción y fe es imposible. Después supimos que era una “cofradía civil”, la de San Bernardo. “Cofradía civil”, como si La Sagrada Mortaja o Los Negritos fuesen “cofradías militares”. Imaginamos que estas “cofradías civiles” son aquellas que no están sometidas al derecho canónico, que no pertenecen a la Iglesia Católica. Es decir, las que son como un club de aeromodelismo o una peña flamenca. Otros las llaman “cofradías piratas”, que es término menos pretencioso y que nos hizo pedir a Nuestra Señora de la Isla de la Tortuga por la salvación de aquellos hermanos bucaneros que han dado el paso que traspasa lo sublime para colocarse en los territorios de lo ridículo. Si en California los garajes son los viveros donde nacen empresas como Apple, en Sevilla los usamos para montar “cofradías civiles”. Estamos a punto de que encima de los pasos de la “nueva y civil Semana Santa” vayan imágenes de Buda o ninots indultados de las Fallas.
No es cuestión de ponerse meapilas. Todos sabemos que la Semana Santa es algo que desborda los límites de la religiosidad oficial, que está llena de comportamientos y devociones paganas, que da rienda suelta a pasiones carnales y sentimientos muy profundos. Pero sin la cincha de la religión oficial, sin la contención y el canon de los curas y los obispos, todo se desgorrifaría hasta convertirse en una masa completamente amorfa, sin sentido. Pulsiones en ese sentido no faltan. El gran logro de nuestra Semana Santa está en haber conjugado con increíble acierto el motete con la opereta. Pero todo esto se puede acabar en los próximos tiempos si este supercalentamiento idólatra termina provocando, como indudablemente lo hará, una explosión final y orgiástica de mal gusto y sinsentido. En esto, como en todo, un poco de canon no viene mal.
También te puede interesar
Lo último
Enrique Riquelme | Presidente de Grupo Cox
“El pasado de Abengoa seguro que ha pesado en la salida a Bolsa”