La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La Sevilla fina en la caja de Sánchez-Dalp
Un célebre psiquiatra confesó hace unos años en una entrevista periodística su condición de agnóstico. Era y es hermano de una popular cofradía. Algunos dirigentes capillitas (vamos a llamarlos así) comentaron en privado la incoherencia entre su militancia en la hermandad y su discurso público. De ninguna manera se planteó la junta de gobierno de esa cofradía la expulsión del buen hombre, ni siquiera un apercibimiento, llamada al orden o amonestación. El ser humano tiene derecho a sus contradicciones si no hieren ni menoscaban al prójimo. Tiene derecho hasta a sus propias transgresiones, a polemizar consigo mismo, a ir y a volver en asuntos de fe, a romper la disciplina si es con el análisis racional, el pensamiento emocional o la mera opinión siempre y cuando se respeten los límites del sentido común. Dejó de creer en Dios, o eso dijo, pero, de hecho, no se dio de baja de la corporación a la que un buen día se apuntó por el motivo que fuera.
Los partidos son las estructuras menos democráticas del sistema aun siendo claves para la supervivencia del sistema. Por eso los subvencionamos. Hay más democracia y libertad en una hermandad que suma siglos que en un partido político. En el PSOE no se puede dejar de creer en dios (sí, con minúscula). Te expulsan. El partido del puño y la rosa tiene la antigüedad como una cofradía (1879) pero ni de lejos alcanza en la actualidad el grado de libertad interna de una de ellas. Quizás lo peor es que muchos de los hermanos socialistas están de acuerdo en la expulsión. Valoran la docilidad, no la disciplina. Está claro que las mejores puñaladas tes las da el amigo. Algunos dicen que prefieren que se laven los trapos sucios en el interior, que ellos son más de ese estilo que aprendieron desde la etapa en las juventudes. ¡Muy bien! Pero dejen que los demás los laven si quieren en la pila del corral de vecinos ante la vista de los demás. Se trata de la libertad. Y la libertad tiene un precio. Nicolás Redondo ha abonado la tasa. Y en este caso se llama expulsión. Los hasta ahora suyos le lanzan piedras por varias razones, entre ellas que compartió protagonismo en un acto con Ayuso. Oh, pecado. ¡La Inquisición ha vuelto como el tapicero a su ciudad! Al vasco no le hubiera pasado nada en una cofradía. Seguiría en ella, como el psiquiatra. Pero a Nicolás le han echado y le han cerrado la puerta. ¡Prietas las filas, recias, marciales, los sanchistas van! Prohibido dejar de creer en el pequeño dios. La adhesión debe ser inquebrantable. De Dios se han alejado hasta papas, del endiosado no es posible.
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