¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Maneras de vivir la Navidad
La Sevilla dual de la primavera apareció en Semana Santa para seguir dando lustre a la polarización. Desde la calle, al paso de San Gonzalo por el Arenal, pudo verse en un piso cómo unas damiselas bailaban sevillanas con todo contento. Se hizo viral la escena y las redes alcanzaron su punto de hervor. Hubo quien elogió nuestra peculiar idiosincrasia (sea lo que sea este mejunje) y hubo quien criticó el baile de aquellas tontuelas por estar fuera de lugar. Ni siquiera el adánico tipito del Resucitado de Salustiano se insinuaba aún por entre la noche friolenta del Lunes Santo. Pero ahí estaba la escena lúdica, adelantando el discurrir de la cofradía del Tránsito que, ahora sí, nos ocupa en Sevilla. Es la del cortejo de los días de luz larga, los que ahora nos llevan del desguace de los pasos al efímero tinglado que se monta en Los Remedios.
Quedó atrás un frío marceño, entre añejo y un punto castellano. Pero todavía se desmenuza lo ocurrido en los días sagrados bajo la lluvia y el viento más desabrido. Hay más perplejidad y enfado que elogio en los partes. Se critican las marchas histriónicas, las petaladas de la vergüenza, los cabañuelistas de pacotilla, la ineducación del público, el mal uso del hábito nazareno, las Muy Ilustres, Fervorosas y Anfibias cofradías que deciden salir bajo la lluvia, el modo acomodaticio de ver cofradías, etcétera. Como añadido, no faltan las puyas a la gritería en modo “¡Dolores, guapa!” y a todo histerismo amanerado para gloria de TikTok (los más críticos suelen ser los cofrades de la diversidad). Puede que sea verdad que la Semana Santa de Sevilla ha dejado de tener una plástica amable, amalgamada entre lo festivo y el austero ruán. Aunque suene a petulancia coñazo, casi sólo nos queda ya lo que estos días retienen de goteo interior, de ausencia que regresa con la primera cruz de guía. Seguro que el año que viene volveremos a hablar en Semana Santa del desarreglo entre lo de fuera y lo que nos prende por dentro.
Ahora, en pleno discurrir del Tránsito, tocan los días que llevan a los farolillos, las sevillanas y las clásicas peleas de pareja bajo los cálices de la manzanilla. En el ínterin, contrasta la luz pascual con los perdigonazos de la España negra que se prodigan en Coripe y Aznalcóllar. Han vivido allí la fiesta de la Quema de Judas, donde ahorcan, tirotean y queman muñecos que simbolizan al traidor a través de odiados personajes (este año han sido un Koldo García y una médica como crítica a la precariedad en los centros de salud). Si esto es la Pascua prefiero volver donde la calavera del Gólgota.
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