¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Maneras de vivir la Navidad
Se ha dicho ya por aquí con gracia, en una columna amiga, que la Magna del 8-D previa a la Navidad es puro spoiler. El crucificado antecede al Niño Dios. El INRI sobre el misterio del pesebre. O sea, el Evangelio pero del revés, entre Pasolini, los Monty Python y el Cristo de nuevo crucificado de Nikos Kanzantzakis. Recuerdo una vieja viñeta de Nochebuena de El Roto. El Niño Jesús aparecía tocado con corona de espinas y sin mandorla divina. Ahora, vistas las cosas, nos parece poco martirio, pues le faltarían los estigmas de los clavos, la lanzada en el costado, las rodillas quebradas y las laceraciones de la flagelación. La irreverencia de la Magna, más la insoportable alharaca navideña, nos traerán esta vez un Gólgota por anticipado. No somos nosotros los irrespetuosos, sino los otros, empezando por el mitrado Saiz Meneses, que confunde piedad popular con el show de la fe.
Todo se profana en estos tiempos de fritanga. La imbecilidad lo corroe todo con un nerviosismo corrosivo. No es que estemos ya acosados por los mantecados desde la agonía del verano. Ahora tendremos Semana Santa bajo la bóveda celeste de la Purísima. Los seises bailarán con túnica de ruán y capirote y los inevitables tunos cantarán saetas para fastidiarnos con más saña aún. La Inmaculada de Murillo lucirá lacrimosa y doliente al pie de la cruz. Así viene el cuadro este año, amigos. Será el diciembre más negro.
Aceptamos cualquier disparate y casi nada nos pasma ya. Uno llevaba con avinagrado silencio el precocísimo halo de la Navidad. Hace tiempo que el otoño dejó de ser ese amable compás de espera, donde no pasaba apenas nada y el tiempo fluía con una cordialidad que nos hermanaba a todos sin distinción de capa social o tribu urbana. Desde hace años la ansiedad navideña se mezcla y solapa con el cólico de actividades que se organizan en todo ámbito y con diverso fin. La patología de la distracción convierte el fin de semana en una agotadora agenda de ocio en la que no hacer nada se considera una provocación. La pandemia hay que mirarla ahora bajo un ópalo de lástima por nosotros mismos. Qué inocentes y qué tontos fuimos. Creímos haber aprendido su brutal lección y que el mundo iba a repensarse a partir de aquella segada de muertos. Se habló por entonces de la necesidad de la calma y la mesura, de que las cosas volvieran a su molde. Y he aquí lo desaprendido. El turismo es otra pandemia añadida. La bulla rebulle con más zafiedad. El ocio lo acapara todo y es la cara B del estrés. Y para colmo ahora el crucificado viene antes que la luz del pesebre. ¡Por los clavos del Niño Jesús!
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