El clarete y La Roldana

02 de enero 2025 - 07:00

De Valladolid, ciudad querida por tantas razones, nos llegan dos buenas nuevas. La primera es una caja de Hiriart que nos envía el editor y finísimo escritor Julio Martínez. Es un clarete de Cigales que intenta recuperar el viejo carácter de este vino castellano, últimamente endulzado y aclarado en demasía para satisfacer al mercado. Populismo vinatero, podríamos decir. Julio, después de quejarse del legendario frío vallisoletano y alabar la sequedad del Hiriart, define su color como “ojo de perdiz” y es entonces cuando en la conversación se cuela todo el campo castellano, como si estuviésemos leyendo una novela de Delibes o viendo un paisaje del Zuloaga maduro. Al catar la primera botella se nos vienen también a la memoria las antiguas historias del bar de la Academia de Caballería –tan gratas en las casas de nuestra infancia–, con esos chatos rebosantes de vino de Mucientes alineados con el rigor de un regimiento de Húsares, a la espera de la llegada del bullicio de los cadetes.

El clarete, como tantas cosas buenas de la vida, nos ha llegado con la madurez y tenemos como proyecto urgente hacer una peregrinación por las sendas de su sagrada geografía: Mucientes, Cigales, Fuensaldaña, Quintanilla de Trigueros, Dueñas, Valoria la Buena, Cabezón de Pisuerga ... No hay Pisuerga malo. Será un viaje pantagruélico y místico a la vez, entre arrebatos noventayochistas y comilonas de lechazos asados y lechones adobados, perdices escabechadas y ese queso aún no probado al que llaman con el sugestivo nombre de “pata de mulo”, como si fuese un pedazo de cecina arriera. Si Dios nos da salud y cartera realizaremos el viaje en breve. Y si no, pues alabado sea también.

La segunda buena nueva es la exposición sobre La Roldana que se celebra en el Museo Nacional de Escultura de Valladolid. Está bien que el resto de España descubra lo que en Sevilla ya se sabía, que la hija del gran Pedro Roldán es una de las escultoras más delicadas que ha dado el arte en nuestro país. Pocas imágenes conjugan con gracia similar la intimidad y la gloria –dos términos aparentemente contradictorios– que su Virgen de la Leche, una humilde terracota policromada que forma parte de la colección del Museo de Bellas Artes de Sevilla y ante la que solo nos queda poner nuestra alma de rodillas. Ante este relieve comprendemos lo que decía Roger Scruton, que la belleza y el arte sirven para hacer del mundo nuestro hogar, algo completamente olvidado por muchos artistas desde que Duchamp hizo la gracia del urinario. Nos cuenta Julio Martínez que el otro día intentó ver la exposición de La Roldana, pero le disuadieron las largas colas. Todavía hay esperanza.

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